¿Cómo puedes hacer que una ancianita dulce y tierna profiera una sonora mentada de madre? Haz que otra ancianita dulce y tierna diga: "¡Bingo!"... Retaco, joven campesino encargado de la fragua de la hacienda, era bajito de estatura, tanto que sus amigos le decían "El príncipe charro", por no decirle "El -inche chaparro". Pretendía a Bucolia, muchacha de estatura aventajada. Todas las noches la visitaba, y le pedía un beso. Ella, retrechera y huidiza, negaba la dulzura de sus labios. Un día, sin embargo, Bucolia invitó a su pretendiente a pasear bajo la luz de la Luna, que esa noche regalaba a los amantes su incitativo resplandor. (La Luna no es aquella "Casta diva" que Bellini dijo; es más bien alcahueta consumada). Pensó Retaco que había llegado la hora de su felicidad, y que por fin disfrutaría la miel de aquel ansiado beso. Caminó, pues, junto a la chica, más de una hora. Extraña pareja formaban, pues ella le sacaba más de dos palmos de estatura. Luego de caminar, como ya dije, más de una hora larga, llegaron a un romántico paraje. Ahí él le pidió otra vez, y con más vivas instancias, aquel beso. Para su desencanto, ella se lo negó de nuevo. "¡Chin! -exclamó Retaco al mismo tiempo desolado y con enojo-. ¡Si he sabido esto no habría venido cargando hasta acá el yunque!". ¡El pobre infeliz había llevado en los brazos todo el tiempo la pesadísima bigornia, para subir en ella y alcanzar los purpurinos labios de su amada!... "Justicia que llega tarde es injusticia". Ese apotegma, digno de ser inscrito en bronce eterno o mármol duradero, describe bien la justicia mexicana: debería ser pronta, rápida y expedita, según marca la ley; pero no es expedita, ni rápida, ni pronta, y en consecuencia no es justicia. Las cárceles de todo el País están colmadas de infelices que aguardan a que se les dicte sentencia, siendo que algunos han estado ya en prisión más tiempo que el de la condena que finalmente les dictará algún juez. En un laberinto de papeles se pierde en México esa señora, la Justicia; y vaya que entre nosotros rara vez es ciega. He aquí otra reforma urgente que se debería emprender: la del obsoleto sistema judicial mexicano, cuya sujeción a antiguos moldes de escritura está reñida con los nuevos tiempos, y de cuyas tardanzas, corrupciones y chicanas todos podemos ser la víctima, especialmente los más pobres. ¡Cuantos vicios presenta esa mal llamada justicia! En los países civilizados todos los ciudadanos son inocentes mientras una autoridad no demuestre lo contrario. En México, en cambio, todos somos culpables mientras nosotros mismos no logremos probar nuestra inocencia. Ahí tienen ustedes, por ejemplo, el caso de Ramón Ayala y sus otros compañeros músicos. No han sido objeto de un proceso legal a cuyo término hayan salido responsables de un ilícito por el cual fueron sentenciados. Y sin embargo están privados de su libertad, con todos los daños que eso trae consigo, como si algún delito se les hubiese comprobado ya. No prejuzgo sobre su culpabilidad o su inocencia; pero tampoco las autoridades deberían prejuzgar. En otros sistemas el indiciado sale libre bajo fianza mientras se lleva a cabo su juicio y se dicta la sentencia correspondiente. En México el llamado "arraigo" constituye en verdad una forma de privación ilegal de la libertad que vulnera gravemente las garantías individuales consagradas por la Constitución. En otras naciones la justicia es protección; en la nuestra es ominosa espada de Damocles. Y ya no digo más, porque donde hay espadas me pongo muy nervioso... Un rudo barbaján le dijo a Pirulina: "¡Te voy a violar!". Y así diciendo se dispuso a hacerlo. "¡Auxilio! -gritó ella-. ¡Este hombre me va a robar!". "No oíste bien -aclara el tipo-. Dije que te voy a violar". "Precisamente -replica Pirulina-. Si vas a violarme con eso, entonces me vas a robar"... FIN.