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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Las cuatro etapas de la vida. 1-. Crees en Santa Clos. 2-. No crees en Santa Clos. 3-. Tú eres Santa Clos. 4-. Estás gordo y canoso como Santa Clos... Babalucas cantaba a voz en cuello en el coro de Navidad: "¡León, león!". El que estaba a su lado le dice en voz baja: "Tienes la hoja al revés"... En su casa del Polo Norte, antes de salir en su trineo a repartir los juguetes, Santa Clos se veía feliz, alegre. Le pregunta con recelo la señora Clos, su esposa: "¿Por qué estás tan contento?". Responde Santa con una gran sonrisa: "Porque sé dónde viven todas las niñas que se han portado mal"... Soy un hombre de edad. Tanta edad tengo que no necesito llamar la atención. Ya no me cuido de la opinión ajena. Y eso, créanme, da mucha libertad de movimiento. Y de palabra. Siempre he sido un librepensador: ahora soy también un libredecidor. No temo que me llamen cursi: más de una vez usé la cursilería para llegar al corazón -y luego a lo demás- de alguna ninfa. Además el temor de ser llamado cursi es una de las supremas formas de la cursilería. Por todo lo anteriormente dicho puedo decir sin condiciones ni reservas que amo la Navidad. La espero con la misma ilusión que sentía cuando mi padre, niño yo de cuatro años, o de cinco, me señalaba el perfil de los árboles en la cumbre de la lejana sierra, y me decía que eran el cortejo de los Reyes Magos. Yo veía claramente el caballo, el elefante y el camello, y miraba a los siervos cargados con los cofres de regalos. No he dejado, a Dios gracias, de ser niño. Muchas tribulaciones he pasado, y he tenido mi parte en la común herencia del sufrimiento humano; pero eso no me ha agostado el alma, ni ha puesto en mí resequedad de corazón. Quizás alguna vez un golpe de la vida -o de la muerte- vendrá a quitarme esa felicidad humilde que llevo con agradecimiento, como se lleva un don inmerecido. Pero en tanto no llegue esa ráfaga de sombras mantengo encendida en mi casa una pequeña luz, a veces vacilante, de esperanza y fe. Su resplandor me recuerda el de la vela a cuya luz hacía los deberes escolares cuando había apagón en mi ciudad en tiempos de la Segunda Guerra. Débil y tenue su fulgor, me permitía sin embargo seguir haciendo mi tarea. Si hoy no tuviera fe, si no esperara nada, tampoco podría ahora cumplir con mi quehacer. Otra vez me hago niño, entonces. Por un momento dejo mi carga de negruras y me lleno las manos de inocencia. Permitan mis cuatro queridísimos lectores que ese niño que ahora vuelvo a ser mire otra vez el perfil de la montaña, y comparta con ellos el milagro de la inocencia renovada. En estos días en que el mal anda suelto por las calles, y nos ensombrece la vida, y pone en nosotros temores y ansiedad, necesitamos convencernos de que lo bueno existe, y que el bien ganará finalmente la final. Hoy es Nochebuena. La bondad de esta noche debe tocarnos el corazón y el alma con el leve roce del todopoderoso amor. Amémonos más quienes nos amamos ya; perdonémonos quienes hemos sido separados por una palabra malamente dicha o una irreflexiva acción; juntémonos en un abrazo aquellos a quienes la vida, o alguna arista de la vida lastimó, y gocémonos todos en la promesa que esta noche vino al mundo en un portal de pobres para hacernos ricos con los preciosos dones de la fe que no muere, de la esperanza que pervive, y del amor que todo lo hace renacer... ¡Feliz Nochebuena! ¡Feliz Navidad!... FIN.

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