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Deambuladas

Relatos de andar y ver

ERNESTO RAMOS COBO

Deambular sin destino determinado: con el único objetivo de cansar los pies y encontrar sorpresas: por allí un aparador siniestro donde colgaron la bota; o esa esquina nostálgica y arrabalera que nunca será la misma. Deambular es conocimiento propio, es vida; asemeja a la vida. Hacerlo en compañía -lograr esa complicidad, es un delirio.

El tema viene a cuento por aquello de que uno de los principales exponentes que conozco del arte deambulatorio -contertulio recurrente de quien calca estas letras, osase dar el sí en la iglesia el día de ayer, justamente. El muchacho perifoliado dio un paso más, y giró por la calle de la derecha hacia un horizonte distante.

Recuerdo que nos vimos en Madrid hace años, y que en ese entonces deambulamos hasta arrancarnos las suelas y las lenguas; todavía teníamos sueños. Coincidimos largo tiempo en la Ciudad de México -años después, y caminamos incansables por sus vericuetos lagunilleriles, debajo de los cielos rojos del ambulantaje, salpicados de fritangas; hablamos, vimos, respiramos; y en el tronco aquél, lejano y marchito, nos sentamos a fumar un cigarro.

El origen de esas deambuladas mitológicas era el azar consanguíneo. Mas ese lazo familiar, como punto de partida, no implica necesariamente promesa de compartir un deambulantaje fructífero. Recordemos que un deambulantaje exitoso significa acción de pies en ruta no consensuada... más aún: significa ruta inexistente cuyo objetivo es la sorpresa. Lograr a la perfección, en compañía de otra persona, una buena deambulada -creer haber encontrado al alimón el origen y el destino, es una fiesta maravillosa.

Las tantas deambuladas exitosas que compartimos -como decía-, habían surgido del azar consanguíneo. Mas con el paso de los años hubo, cuadras más adelante, lugares comunes del recuerdo infantil, y coincidencias y diferencias en la forma de decidir rodear esta o aquella plazuela. Mas el resultado de esas caminatas -de esta caminata, ha sido siempre una fiesta maravillosa.

Y así es, y la vida sigue, y el tiempo pasa; y el muchacho perifoliado dio un paso más el día de ayer, girando a la derecha hacia un horizonte distante. ¿Qué más queda? Salvo desearles unas buenas deambuladas conjuntas, y ponerme a sus órdenes para compartir unas cuantas.

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