El fenómeno Juanito que cuestiona la gobernabilidad de la Delegación Iztapalapa en el Distrito Federal, justifica el calificativo de tortuoso aplicable a nuestra democracia.
En los años ochenta el escritor Enrique Krauze publicó un clásico de la politología nacional titulado Por una Democracia sin Adjetivos, ensayo en el que traza la aspiración de muchos mexicanos por hacer realidad el sistema democrático que a pesar de encontrarse consagrado en la Constitución, fue letra muerta en el pasado y de muy discutible vigencia en el presente.
En los tiempos del sistema de partido de Estado se decía que la nuestra era una democracia dirigida, para eludir las críticas de una imperfección que rayaba en la farsa.
Más tarde cuando el colapso del Muro de Berlín y de la Cortina de Hierro nos puso en el camino de la democracia de modo irremediable y a pesar de nosotros mismos, apelamos al concepto de la transición a la democracia plena para referirnos al paso no perfecto sino perfectible, hacia el objetivo que implica el proceso de participación de los ciudadanos en la conformación y ejercicio del poder público.
Por ello frente a los hechos ocurridos en la Delegación Iztapalapa en el Distrito Federal, y que son de sobra conocidos porque su crónica ha nutrido el anecdotario político como pocos otros acontecimientos, no cabe sino reconocer que la nuestra es una democracia tortuosa.
Según el Diccionario tortuoso significa que tiene vueltas y rodeos, y en la especie y salvo alguna nueva sorpresa, el caso parece culminar con el ascenso de la perredista Clara Brugada como delegada en Iztapalapa, después de que un trámite judicial de impugnación derivado de un pleito al interior del PRD la descalificó como candidata de dicho partido, lo que a renglón seguido inspiró a López Obrador para concebir una estrategia ahora sí que tortuosa, es decir, llena de chicanas y recovecos para logar el propósito indicado, al costo social e institucional que hoy está a la vista para divertimiento de muchos.
Y es que Cantinflas no inventó el lenguaje según el cual se dice una cosa con la intención de expresar otra, sino que Mario Moreno fue el simple recopilador de un estilo propio de nuestra rebuscada idiosincrasia.
Juanito es el pícaro que después de sus cinco minutos de fama en la comedia a nivel nacional, cae en el abismo de la tragedia al publicar que desiste de su empeño de ocupar el cargo al que fue electo por un voto popular ciertamente tortuoso y condicionado.
No es raro que después de ser ungido candidato por López Obrador en asamblea pública, una vez legitimado por el voto que recibió de carambola, Juanito haya renegado de su compromiso.
Preocupa en cambio que Juanito haya sido obligado a la renuncia en virtud de las amenazas de muerte que él mismo declaró haber recibido en los días anteriores al anuncio de su dimisión y que pintan de cuerpo entero el talante autoritario y violento de quienes hicieron de nuestro personaje su compañero de viaje.