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Depresión y abstención

JULIO FAESLER

¡Cuán fácil y grato nos resulta bloquearnos al desarrollo! Hay un recóndito gusto en el mexicano por sentirse menos, de dejar que otros nos lleven la delantera. Así somos, así nos educaron, así hemos sido a lo largo de nuestra historia llena de agravios mal vengados y mucho menos digeridos.

El cuento no acaba aquí. Dejamos adrede que las cosas se deterioren para después despreciarlos y desecharlos. Nos gusta comenzar de nuevo no tanto para avanzar sino probar que lo pasado estuvo mal. Luego abandonamos el empeño; se nos olvida. No cuidamos lo logrado. Mejor lo cambiamos cuando lo vemos ya maltratado y feo. Pero lo cambiado tampoco se cuida. En realidad no está hecho para durar.

La psicología nacional parece estar pre-orientada hacia la autodestrucción. No hay visión ni convicción del triunfar. Por alguna razón estamos programados para la derrota y no nos sorprende la propia, tampoco el triunfo ajeno. El que las leyes estén redactadas para ser esquivadas o burladas nos parece natural como también natural que las instituciones tengan que cambiar de piel para que les hagamos caso por un breve momento.

Estas funestas consideraciones encuentran su expresión en la campaña para sabotear las elecciones en puerta, sea absteniéndose de asistir a la casilla , sea invalidando la boleta antes de depositarla en la urna.

Se trata, nos dicen, los que la propagan, que la abstención tiene por objeto expresar la indignación por un sistema electoral que no sirve para llevar al poder sino a los incapaces y traidores. De acuerdo a los promotores de esta idea se trata de dejar vacías las casillas el día 5 de julio para mandar un inequívoco mensaje de que el sistema tiene que ser cambiado.

Otros nos proponen ir a votar, pero para tachar más de una opción de candidato o partido o coalición para invalidar la boleta o bien simplemente dejarla en blanco, una opción muy arriesgada por cierto, que deja abierta la eventualidad de que alguien llene el espacio vacío.

Podrá sorprenderles a los observadores que vendrán de varias docenas de países a presenciar los comicios del 5 de julio el que el índice de abstención sea superior, digamos al 75%. El fenómeno sería notable y podría interpretarse como intento de suicidio de la democracia.

Cuando más necesita la Patria de la fuerza y el vigor de la ciudadanía, se sugiere que ésta se nos eche, enfadada e infantilmente contrariada, como el adolescente que amenaza irse de casa, diciendo que como los políticos tienen la culpa de lo mal que anda el país, entonces hay que castigarlos. Como si los políticos mal portados les fuese a doler mucho el reproche.

Y es que precisamente, la forma que marca el sistema democrático de Gobierno para promover el cambio es el de la acción de la ciudadanía a través de sus representantes en las cámaras legislativas. A los representantes electos hay que exigirles cumplir ésa, su responsabilidad, lo que requiere la enérgica presión cívica. Esta presión cívica es la que ahora se sugiere no ejercer.

No piensen los promotores de la abstención o del voto blanco que su mensaje será eficaz para que los nuevos diputados se apliquen, en números suficientes, a las reformas que se hayan planteado o los que vendrán. Ello no es ni remotamente argumento que apoye la abstención. Por el contrario. Abandonar el campo es renunciar la oportunidad de entrar en contacto con diputados que sean electos.

Hay algunas propuestas útiles que están circulando como modificaciones oportunas en las estructuras políticas. Ejemplo de ellas son 1) la reducción del número de los diputados y senadores a 300 en la Cámara Baja y 64 en la Alta, 2) la reelección inmediata de legisladores y presidentes municipales que hace más probable un desempeño informado evitándose la improvisación, y 3) la reducción de gastos y tiempos de campañas electorales.

No puede argumentarse que con la anulación de los votos o la abstención el próximo 5 de julio éstos y otros avances necesarios puedan impulsarse. No se puede prever qué diputados serían electos de unos comicios menguados. La Cámara resultaría aún menos responsable y controlable que si la fuerza ciudadana se hubiera desplegado al máximo posible para imponer a plenitud su voluntad.

Aquí está el quid de la cuestión. Los que promueven la abstención ciudadano buscan no solamente que nulifiquemos nuestro voto sino que se nulifique el mismo proceso electoral del 5 de julio. Es en realidad la cortina de humo que esconde el propósito de acabar de arruinar nuestro sistema electoral, ya dañado con las reformas y nueva conformación del IFE aprobadas el año pasado. El efecto neto es dejar inutilizado el sistema electoral que tanta lucha implicó durante más de veinte años.

Sigamos, pues, con el irresponsable ánimo depresivo que nos caracteriza, destrozando las instituciones que tan urgentemente necesitamos para progresar. Junio de 2009

juliofelipefaesler@yahoo.com

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