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Derecho al trabajo

DIÁLOGO

Yamil Darwich

En estos tiempos, cuando nos amenazan con la palabra "crisis", surge vigoroso el temor que frecuentemente ataca a los humanos posmodernos; le llamamos desempleo.

Curiosamente, una paradoja dolorosa de la democracia, es aquella que predica la libertad y el derecho al trabajo, que en la práctica real se le niega al ciudadano o lo obliga a participar en producir bienes materiales que, aunque él desea, nunca podrá disfrutar, dejando de lado el beneficio espiritual de la paz interior ganada al satisfacer las necesidades básicas, personales y familiares, generando sentimientos de felicidad.

Lo peor: perder el derecho a aspirar satisfacer las "ambiciones artificiales", esas que nos anuncian y hacen desear a través de todos los medios de comunicación y que se adquieren con dinero. Para muchos, las ofertas de bienes materiales y de consumo se han transformado en un elemento más de desasosiego e inconformidad; ¿cuánta relación existe entre el incremento de ilícitos y la machacante motivación para el consumo?

La realidad llega a ser aún más trágica en aquellos quienes han perdido o no tienen trabajo por no estar capacitados para obtenerlo, al no haber tenido la oportunidad de desarrollar habilidades y aptitudes o desempeñar alguno suficientemente lucrativo; a ésos, sólo les queda la envidia, odio y rencor.

Para el resto de los trabajadores queda el sometimiento a la esclavitud de la productividad, más cruel y dolorosa que la tradicional.

No hay mayor prevención contra la insatisfacción y el dolor psíquico, que ayudar a todos para que tengan una amplia concepción de la vida y sepan quiénes son y para qué trabajan; pero eso es inconveniente para los pocos.

Bertrand Russell decía: "Una de las grandes fallas de la educación moderna es conceder demasiada importancia al entrenamiento para la adquisición de determinadas aptitudes y poca al perfeccionamiento sentimental y cerebral". Hoy en día, las instituciones educativas se preocupan por medio instruir -enseñar a hacer- y poco por educar -sacar lo mejor de cada cual- transformándose en cómplices de quienes fomentan el consumo; nosotros, los padres de familia, no estamos lejanos de la permisividad y alianza desorientadora, al no atender debidamente nuestras obligaciones de educar en casa y elegir, correctamente, a esos "socios" en la formación integral de los hijos.

En la cultura Judeo-Cristiana, el trabajo es tratado de inicio como un castigo de Dios -"ganarás el pan con el sudor de tu frente"- aunque en el resto de los libros lo ennoblezcan y lleguen a declararlo justificación de vida; por último, se tiene buen cuidado en separar las cosas mundanas de las trascendentes, recordando aquello de "dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios".

Sin embargo, en estos tiempos de desajuste económico internacional, los mexicanos estamos sufriendo una grave agresión a nuestros derechos humanos y constitucionales: perder empleo o no encontrarlo, aún cuando sea de justicia reconocer que las autoridades civiles y líderes de los sectores productivos del país buscan formas para paliar la situación.

Aquello de "el trabajo debe ser justo y bien remunerado", está cediendo ante la realidad y no son pocas las empresas que han aplicado o piensan hacer "paro técnico", que en la práctica significa la disminución de las horas de labores para los trabajadores, con el consecuente decremento en sus ingresos.

No es tiempo de buscar culpables, que seguramente los hay, algunos mayores y muchos -entre nosotros- con menor grado de responsabilidad; lo que procede es encontrar formas útiles de mantener, en lo posible, el flujo de los satisfactores indispensables para la familia, -vivienda, salud, trabajo y escuela- donde cada quien debemos encontrar fórmulas aplicables para nuestro caso, ya que en eso de la microeconomía familiar no existen "recetas de cocina".

Trabajar debe ser factor de felicidad y realización, no castigo y sacrificio; un preventivo del aburrimiento y hasta medio para el esparcimiento; alimento para el orgullo y generador de alegría, entre ellas las que se compran con dinero. De esas características básicas podremos evaluar nuestras condiciones y planes para enfrentar la crisis, porque encierra una gran verdad la frase: "nadie más desgraciado que aquel que hace un trabajo por la fuerza de la necesidad económica".

Las cifras de desempleo, que citan los medios y que se cuentan en cientos de miles, son preocupantes y desalentadoras; aún así, debemos sobreponernos al estado emocional negativo que éstas generan y empezar a buscar cómo y con qué podemos enfrentar nuestra crisis familiar y personal; con la suma de la atención a todas, aportaremos a la solución del problema personal, familiar y nacional.

El propósito de este "Diálogo" es animarle a seguir adelante y encontrar formas de suplir lo material con lo espiritual; de paso, ganar para usted y su familia mejores condiciones en la calidad de vida. ¿Qué opina?

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