ANTES DE SER MAMÁ
Comía mi comida caliente y mi ropa lucia limpia y planchada siempre. Podía sostener largas y tranquilas conversaciones telefónicas hasta la madrugada con German. Me dormía tarde, tarde como quería, pues siempre fui desvelada, tejiendo, viendo televisión, platicando con mamá o simplemente escuchando música y jamás me preocupaba por las desveladas. Cepillaba y cuidaba mi pelo, lucia uñas largas y hermosas. Mi casa estaba limpia y en orden y me encantaba disfrutar de la jardinera con tantas plantas sin preocuparme si alguna de ellas era venenosa, ni pensaba en lo peligroso de los desniveles o de las esquinas de los muebles. No ocupaba mi tiempo en consultas con el Dr. Tinajero, ni consideraba siquiera la palabra vacuna. No tenía que limpiar comida del piso, ni lavar rayones en las paredes ni huellas de pequeños deditos en los ventanales que dan al jardín. Tenía control absoluto de mi mente, mis pensamientos, mi cuerpo y mi aspecto físico. Dormía toda la noche y los fines de semana eran totalmente relajados. No me entristecían los gritos de los niños en la consulta medica, no tuve jamás que detener, con lagrimas en mis ojos, una piernita cuando seria inyectada, pero cuado mi hijo de apenas un año se accidento sus deditos, sí que todo cambió. Yo nunca sentí un nudo en la garganta al mirar a través de unos ojos llorosos y una carita sucia. No conocía la felicidad total con solo recibir una mirada, una sonrisa, una carcajada. No pasaba horas mirando la inocencia dormir en una cuna o cuando mi hija de tan solo tres años cuestionaba a su hermanito recién nacido -Luís Omar, dime, cómo es Dios, porque a mi ya se me esta olvidando- Nunca sostuve un bebé dormido sólo porque no quería alejarlo de mí, despierto desde siempre, como el día de su bautismo que llamo la atención del Sacerdote. Nunca pensé decir palabras que marcarían mi vida con tal de que no lo alejaran de mí. Nunca sentí que mi corazón se rompía en mil pedazos al no poder calmar el dolor de una clavícula fracturada mientras llegábamos al sanatorio. Nunca supe que algo tan pequeño, podía afectar tanto mi mundo. Nunca supe que podía amar a alguien de ese modo, nunca supe que podía amar como una MADRE. Yo no conocía el sentimiento que provoca tener mi corazón fuera de mi cuerpo, no sabia que tan especial me sentiría al alimentar a un bebé hambriento. No sabía de esa cercanía inmensa entre una madre y su hijo. No sabía que algo tan chico podía hacerme sentir tan importante. No imaginaba tanta calidez, tanta dulzura, tanto amor. No imaginaba lo grande y lo maravilloso que seria, no imaginaba la satisfacción de ser madre, no sabía que yo era capaz de sentir tanto. Gracias, aun esposo mío, es lo único que te agradezco de todo corazón, la dicha inmensa de haberme hecho MADRE.
Estamos como siempre a sus ordenes en el teléfono 7209457 o en la dirección electrónica
. Lo invito a visitar mi blog en donde encontraras más artículos de tu interés:
"QUIEN NO VIVE PARA SERVIR, NO SIRVE PARA VIVIR"
Germán de la Cruz Carrizales.