Como mi cumpleaños -que es el primero de noviembre- caía en puente, lo festejé con mis amigos desde mediados de octubre. El jueves pasado nos comimos el pavo del Día De Gracias, hermosa tradición que poco a poco vamos imitando de nuestros vecinos del norte, y que debe celebrarse el último jueves de noviembre. Dado que en vacaciones de diciembre mis niños se llevan a sus niños de viaje, intercambiaremos abrazos y regalos de Navidad a finales de noviembre. Esta mañana me habló una amiga para cancelarme la invitación ¡a una Rosca de Reyes! -Salgo de viaje y no sé si regrese a tiempo -me dijo- y yo tengo la sensación de traer el sentido del tiempo, perdido.
Así las cosas, no es tan extraño que me suceda como el pasado viernes, en que invitados a cenar por un agradable matrimonio recién conocido, mi Querubín y yo, considerando el rango diplomático de nuestros anfitriones, nos pusimos nuestros mejores trapitos, y con una canasta de dulces mexicanos en la mano tocamos su timbre puntualmente a las ocho de la noche. Sépide -la anfitriona- abrió la puerta, y un poco sorprendida como si la hubiéramos tomado por sorpresa, nos invitó a pasar. "Mi esposo fue a recoger a mi hija a casa de una amiguita, pero no tarda en volver -explicó- y como nuestros anfitriones son musulmanes y no acostumbran los aperitivos, después de los saludos y comentarios de rigor ella nos ofreció una taza de té que aceptamos.
Sépide desapareció con pasos felinos camino de la cocina, para reaparecer con la charola del té y un magnífico platón de frutos secos. -Son de mi país- nos dijo con cierto orgullo y seguimos platicando.
Estaba preparando algunas cosas porque en la cena de mañana quiero que prueben la comida típica de mi país -dijo nuestra anfitriona. ¡¿Mañana?! ¿Dijo cena de mañana? En ese momento tuve que aceptar lo que ya estaba temiendo desde que llegamos: aunque elegante y de una finísima seda, nuestra anfitriona vestía piyama y seguramente se disponía a meterse en la cama cuando aparecimos nosotros con veinticuatro horas de anticipación. Dirigiéndome una de esas miradas que matan, el Querubín se levantó de inmediato para despedirse. ¿Pero por qué se van si ahora también puedo prepararles algo aunque no sea tan típico como lo que voy a servirles mañana? -dijo nuestra diplomática Sépide mientras nos seguía a la puerta de su casa para despedirnos.
-Perdón pero traigo el tiempo hecho un engrudo -quise explicarle a mi marido pero él se negó a dirigirme la palabra.
Menos mal que al día siguiente, o sea el sábado por la mañana, cruzamos toda la ciudad para llevar a los chiquitos a una función de magia... ¡que era el domingo!
Ahora estoy tratando de convencer al Querubín de que esos pequeños errores no tienen por qué ser causal de divorcio.
Querido lector, lectora, perdón por hacerlos partícipes de mis cuitas, pero me temo que mi matrimonio peligra; ya lo dice la Biblia "Hay tiempo de reír y tiempo de llorar"