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Día de la Constitución

EL COMENTARIO DE HOY

Francisco Amparán

Aunque el puente nos lo tomamos el lunes, lo que nos permitió digerir el susto y la subida del azúcar que nos pegaron los malditos Cardenales de Arizona, hoy es el verdadero aniversario de la promulgación de las últimas dos Constituciones que han regido a este país: las de 1857 y 1917; ambas fueron juradas en el día de San Felipe de Jesús, quien fue el único santo mexicano hasta que Juan Pablo II se puso a canonizar gente por docena y a puños.

Suele decirse que la Constitución de 1917 fue en su momento la más moderna del mundo. Pues será el sereno, pero para maldita la cosa nos ha servido. Después de todo, casi un siglo después, nuestra democracia cojea gachamente, y medio país vive en la pobreza. Aunque la educación es gratuita y obligatoria, el nivel académico de la nación es sencillamente lamentable. Y además, la Carta Magna ha servido de pretexto para impedir las reformas que el país pide a gritos y que, al no ponerse en práctica, sólo van a lograr que nos atrasemos todavía más… especialmente, en tiempos de crisis como el presente.

Por supuesto, la Constitución actual está más parchada que la defensa del Santos Laguna: según cálculos de algunos ociosos, en todo este tiempo se le han hecho más de 400 alteraciones. Así pues, decir que la de 1917 es la que nos rige resulta, por lo menos, inexacto. En todo caso, el debate es ocioso porque, cambiada o no, en muchos sentidos rara vez se aplica. Los derechos humanos, por ejemplo, son cotidianamente pisoteados por autoridades de todo tipo y nivel. Nuestra democracia está secuestrada por una pandilla de partidos políticos rapaces y cuya incompetencia resulta pasmosa. La libertad de expresión ha sido coartada por esos mismos partidos, que ahora nos van a saturar con sus deprimentes, descerebrados spots. ¿Le seguimos?

En algunas ocasiones en las últimas décadas se ha propuesto la necesidad de convocar a un nuevo Congreso Constituyente, de manera tal que se revitalice un instrumento de principios del Siglo XX que no necesariamente responde a las necesidades de un país del XXI. Como que ésta es una idea que periódicamente ronda en los espacios públicos, con mayor o menor fuerza.

La verdad, ¿tiene sentido redactar una nueva Constitución? ¿Para qué, si no se va a respetar? ¿Para qué, si los perdedores seguirán sin admitir sus derrotas y mandarán al demonio las instituciones?

Una enorme diferencia entre Estados Unidos y México es que allá todos respetan las reglas con las que aceptaron jugar. Allá la gente se indigna por cualquier quebranto de la Ley por parte de los políticos. Y éstos tienen (por lo general) el sentido de la vergüenza para renunciar o retirarse cuando se les pesca en falta. Acá, ya lo sabemos, una Ley se aplica a los ciudadanos, y otra a los políticos. Así pues, entonces, ¿para qué tanto brinco estando el suelo tan parejo?

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