Me niego a abundar en el tema, pero ante el atentado contra mi querido periódico, siento la necesidad de solidarizarme con al menos un abrazo para todos los que formamos parte de "El Siglo de Torreón".
Y ahora si me lo permiten, vuelvo al tema que les tenía preparado. "Quedé lejísimos" -decimos cuando no encontramos un espacio cerca para estacionarnos. Al hablar del auto en primera persona, le estamos transfiriendo nuestra propia identidad, dado que ha venido a sustituir en nuestras vidas a la cabalgadura que en el pasado nos otorgaba cierta dignidad. Sin Rocinante por ejemplo, Don Quijote no hubiera podido ser nombrado caballero dado que un elemento fundamental para serlo era la cabalgadura. A quienes se movilizaban "a pata" se les llamaba simplemente pateros o pedestres. Cuando el automóvil sustituyó a la bestia, los pateros siguieron siendo pedestres y los caballeros pasaron a ser automovilistas que al menos en nuestro México, han creado con su vehículo serios vínculos de identidad.
Los capitalinos que somos tan dados a la discriminación, ahora también discriminamos por la marca del auto que nos posee. Convertible deportivo con güerota tetona dentro, es pasaporte seguro para cualquier paraíso. "Óigame pedazo de naco, yo soy gente decente ¿qué no ve el coche que traigo?" -Dijo la conductora de carísimo auto al policía que le impidió la entrada al fraccionamiento donde habito. "Los pobres primero" gritó la Chachalaca macuspana; y construyó los segundos pisos del periférico ¡para comodidad de los automovilistas faltaba más!
Ni modo que para los pateros que ni coche tienen y se atraviesan donde no deben nomás para que los sufridos automovilistas los atropellen. Si bien es cierto que por esta capital circulan -eso de circular tómese con serias reservas- casi cinco millones de autos, los pedestres siguen siendo abrumadora mayoría que cada mañana, con paso enérgico, se desparrama por las calles de esta ciudad.
Ellos conocen los atajos, suben empinadas cuestas y hacen camino al andar porque no tienen inconveniente en escalar montañas de basura ni en desafiar la anarquía de nuestras calles, hasta llegar a la fila donde pacientes esperaran hasta conseguir un espacio en el transporte público desde el que mirarán con un dejo de burla a los automovilistas que tan atrapados como los pedestres en cualquier embotellamiento, desesperan en sus autos diseñados para correr altas velocidades.
Ante la grave crisis de vialidad que sufrimos los capitalinos, aplaudo el intento de nuestro jefe de Gobierno por recuperar el espacio público para el uso peatonal y recreativo que le es debido, y apoyo el hecho de que aprovechando la celebración del Día Internacional del Peatón, ensaye la conversión de la calle de Madero (a todas luces insuficiente para el alucinante tránsito del Centro Histórico) en avenida peatonal, con lo que seguramente dicha calle hasta ayer completamente neurótica y deprimida, recuperará la alegría de vivir.
Estoy convencida de que nadie querría ser una calle donde todo mundo camina entre bocinazos y empellones, donde resulta imposible detenerse a mirar un escaparate y no hay tiempo para algo tan placentero como empinar a esa hora incierta entre la tarde y la noche, una tacita en "La casa de Té de la Luna de agosto". Las calles más felices que conozco son siempre peatonales, las otras están optando por suicidarse lentamente con letales inhalaciones.