Hemos estado bien confiados en la belleza cadenciosa de nuestras canciones, lo vivo de nuestra pintura mundialmente aclamada, estábamos muy contentos con el aprecio que merece la comida mexicana que es conocida e imitada en todo el planeta
Mullidos en nuestra buena fama y en la cómoda actitud de que todo lo malo que nos acontece ha venido y sigue viniendo desde fuera, como lo es la mala racha económica que nos rebota de las fechorías financieras norteamericanas, repentinamente nos cae de sorpresa el que una epidemia de influenza, de la que ni idea teníamos, nos sea achacada gracias a la persistente difusión de todos los medios de comunicación. En medio de estas estridencias aparecemos como los culpables de una inminente pandemia que la Organización Mundial de Salud dice que podría cobrar miles de vidas.
Ya conocíamos la discriminación en los Estados Unidos, pero no nos la habíamos encontrado en Europa y menos aun en los países hermanos de Centro y Sudamérica. En España e Italia es tan alarmante la psicosis actual contra lo mexicano que nuestros connacionales, no sólo turistas sino residentes allá, sufren tajante rechazo.
Contra los consejos de la OMS se cancelan viajes y cruceros y se llega a increíbles extremos de paranoia. Hemos sabido de incidentes en que los parroquianos fueron abandonando el restaurante o el bar al percatarse que había entrado un mexicano o de taxistas que se negaban a dar servicio a un mexicano o reuniones sociales canceladas por temor al contagio que traería alguien que acababa de llegar de México.
Lo que es más injusto e indignante es el trato discriminatorio que los mexicanos están sufriendo en China, al propio tiempo que los productos chinos de todo tipo inundan nuestros mercados, desde los más populares como baratijas mal hechas, hasta ropa y artículos costosos que las tiendas de moda venden. Nuestras fábricas sufren la invasión de manufacturas chinas hasta el grado de que algunas de ellas han acortado jornadas y podrían hasta suspender operaciones de no limitarse esa importación.
Las indeseadas importaciones chinas ya eran un tema serio desde mucho antes de la aparición del virus A H1N1. El programa de desgravación que la Secretaría de Economía puso en marcha desde principios de año, deja al descubierto a muchas ramas de la industria mexicana a la competencia extranjera desleal. La grave preocupación por el consecuente aumento de despidos y recortes laborales ha sido ampliamente expuesta ante el secretario de Economía. Este tema incide directamente en el compromiso presidencial de impulsar la creación de empleos en su sexenio.
El compromiso de mercados abiertos que México asumió con la Organización Mundial de Comercio (OMC) vale más que la obligación que tiene el Gobierno de respaldar nuestros intereses fijando reglas para preferir el producto mexicano sobre el extranjero que compite deslealmente en nuestro propio.
Siempre hay algo que aprender. Si los chinos aplican una arbitraria discriminación a los turistas mexicanos sujetándolos a cuarentenas con eventual prohibición de entrar al país, a nosotros nos toca saber que basta una mera sospecha de irregularidad comercial para de inmediato aplicar una medida análoga de cuarentena aduanal a un producto venido de China, o de cualquier otro país, que tengamos razones para suponer que llega a nuestro mercado apoyado en subsidios o valido de artificiosas subfacturaciones.
Relegar al artículo nacional para dejar cancha libre al producto extranjero que compite a precios artificialmente reducidos, es también una discriminación, pero en contra de nosotros mismos.
Hay de discriminación a discriminación. La que ahora nos está aplicando en el extranjero gente que suponíamos amigos e informados, que disfrutaban de las delicias de nuestras canciones, de nuestro folklore y amistad, requiere rápidamente que sus gobiernos los eduque sobre las realidades sanitarias que ignoran. Los medios masivos de comunicación que han propalado la alarma son los que tienen ahora que aplacarla.
Pero lo que es definitivamente irracional es la auto-discriminación que nosotros nos empeñamos en recetarnos al dejar a nuestros productos y a nuestros trabajadores a merced de reglas y declaraciones abstractas sobre el libre comercio que sólo México quiere respetar. Debemos quejarnos vehementemente por el hecho de que nos discriminan Pero si nos discriminamos nosotros mismos, ¿con quién nos quejaremos?