La vida, que en sí misma no es nada complicada, le ha enseñado al viejo Filósofo de Güémez que el humor ha de leerse con amor, porque humor y amor se retroalimentan, son dos alas que Dios nos da para volar por el mundo y recorrer el universo.
No hay elemento más fuerte para superar nuestras incapacidades que el buen sentido del humor, nos da la posibilidad de disfrutar al máximo los milagros que a nuestro alrededor acontecen y la posibilidad de combatir la hiperseriedad que nos lleva a poner límite a nuestra potencialidad de vida, es decir, nos transporta por el mágico camino del “vivir mejor”. El buen sentido del humor, del que goza a raudales el mexicano, nos da una agradable sensación de seguridad, ninguna situación es difícil en la vida cuando nos reímos de ella, porque cuando nos burlamos de algo es porque tenemos el manejo de las circunstancias.
El hombre es el único animal que goza del buen sentido del humor, éste nos lleva a que nuestra vida no tenga más límites que los que nosotros mismos le impongamos; a través de él no eludimos los problemas, los enfrentamos, sacando beneficio de los mismos, porque aligeramos la carga del camino, y al hacerlos más llevaderos convivimos con ellos en forma natural, venciéndolos finalmente.
El estado de bienestar emocional, generado por el buen sentido del humor, tiene la magia de transformar en menos malos los problemas, influye positivamente en nuestra vida y en la salud con su carga emotiva que llega por nuestro torrente con la inmunoglobulina A y las endorfinas que equilibran el tono vital y estimulan nuestra creatividad y sanación física y mental, suprimiendo dolores e insomnio, eliminando el estrés y aliviando la depresión; en pocas palabras, dándole una inyección de vida a nuestro sistema inmunológico.
Cuánta razón tenía Sigmund Freud cuando atribuía al buen sentido del humor “el poder de liberar al organismo de un caudal de energía negativa”, que nos acarrea la enfermedad. Si usted cree que es el único en el mundo que tiene problemas o que éstos son los más complejos, se equivoca; aquí los únicos que no tienen problemas son los muertos, por eso el viejo Filósofo de Güémez siempre aconseja el uso del sentido del humor, con el que nos regocijamos los mexicanos, ese que nos hace diferentes, porque al reír gozamos de todo y de nada, de nosotros y con nosotros, de lo más sublime: la religión y la muerte, y los más risible: la política y nuestros políticos.
Lo anterior me recuerda aquellos dos enanos del pueblo que se fueron en busca del “sueño americano”; debido a la crisis económica, la empresa en la que laboraban cerró, después de ascender por su sentido de responsabilidad y no haber regresado a su tierra, luego de años de trabajo, decidieron volver a su patria, volando directo a la Ciudad de México.
En el aeropuerto contrataron un taxista para que los atendiera, éste inmediatamente les sugirió llevarlos al mejor table dance; ahí, ya con unas copas, invitaron a dos bellas damas a cohabitar en el hotel, tocándoles habitaciones contiguas. Uno de los enanos, a pesar de estar completamente desnudo con la dama, y de recorrerla palmo a palmo, no pudo lograr una erección, mientras en la habitación contigua, para su desgracia, escuchaba a su compañero enano que gritaba:
––¡1,2,3 puf!, ¡1,2,3, puf!
Y así pasaron toda la noche. Al siguiente día, los dos enanos comentaban:
––Paisano, ¿qué crees? A pesar de tener a la dama en la cama, como Dios la mandó al mundo, no pude tener erección en toda la noche, y mira que la mujer estaba de muy buen ver y mejor tocar, ¡qué pena!
––¿Pena? No la ingues, ¡yo ni siquiera me pude subir a la ’inche cama!
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