"Puedes llegar mucho más lejos con una palabra amable y un arma que con sólo
La palabra amable."
Al Capone
ENSENADA, B.C.- Es absurdo que en Estados Unidos se prohíba el consumo y la venta de drogas, las cuales sólo producen daño a quien las utiliza, y en cambio sea legal la venta de armas, que se emplean para asaltar, amenazar o matar a otras personas.
Los políticos de Washington han olvidado que la función de un Estado no es imponer a la gente conductas que no afectan a terceros, sino evitar comportamientos que dañan a los demás. El consumo de drogas puede ser indeseable y dañino para la salud, pero se trata de una decisión que cada individuo debe ejercer en libertad. Si hay un daño, éste es sólo para el usuario. Las armas, en cambio, son empleadas fundamentalmente para violar los derechos de los demás y, por lo tanto, deben ser prohibidas. El Estado debe proteger a los gobernados de terceros que atenten contra su seguridad o su propiedad, pero no es su función meterse en las decisiones que sólo los afectan a sí mismos.
El Gobierno de Estados Unidos ha ejercido a lo largo de décadas una enorme presión en contra de las autoridades mexicanas por no haber podido detener el flujo de drogas de México a la Unión Americana. Sin embargo, han sido escasos o inexistentes sus esfuerzos para parar el flujo de armas a territorio mexicano.
Hay en esta actitud una enorme hipocresía. Muchas son las razones para pensar que la guerra contra las drogas será siempre un fracaso. Después de todo, los gobiernos están tratando de combatir un mercado restringiendo la oferta, pero no la demanda. Por ello cada golpe contra los narcotraficantes simplemente aumenta los precios del producto y los incentivos para su producción, transporte y distribución. Mientras los narcotraficantes puedan seguir adquiriendo armas en los Estados Unidos para utilizarlas en sus actividades en México, la guerra será difícil o imposible de ganar.
Lo peor de todo es que las armas que se venden en Estados Unidos y después llegan sin problemas a nuestro territorio se convierten en instrumentos de trabajo no sólo para los narcotraficantes, que simplemente entregan a los consumidores un producto que éstos utilizan de manera voluntaria, sino también para propósitos criminales que realmente dañan a terceros. Delitos como el robo con violencia, el secuestro y el homicidio, que se han vuelto epidémicos en nuestro país, sólo son posibles porque hay armas disponibles para los criminales.
Entiendo que las autoridades mexicanas tienen buena parte de la responsabilidad en el uso que se está dando a las armas en nuestro país. Después de todo, éstas se filtran sin ningún problema a través de un poroso o corrupto sistema de aduanas. La simple existencia de muchas armas en una sociedad, por otra parte, no garantiza que ésta se vuelva violenta. Ciudad Juárez, por ejemplo, es una de las comunidades más violentas de México, mientras que la vecina El Paso, Texas, en la cual se compran muchas de las armas que se utilizan para cometer crímenes en Juárez, es una de las ciudades menos violentas de su tamaño en los Estados Unidos.
Parte del problema, por supuesto, es la falta de un sistema de Policía adecuado en nuestro país. Cuando se dice que en México hay demasiados actos criminales, bien podríamos responder que no es cierto. Tenemos muy pocos delitos si consideramos la casi total incapacidad de las policías para cumplir con sus obligaciones. Cualquier país con policías tan inoperantes como los nuestros, en que los únicos delitos que se resuelven son los que tienen una amplia cobertura en los medios o aquellos en que las familias de las víctimas pagan dinero para que se persiga a los responsables, tendría necesariamente cifras muy elevadas de delitos.
A pesar de nuestros pecados, no hay duda de que la gran cantidad de armas que llega a nuestro país proveniente de los Estados Unidos es una de las razones fundamentales de la violencia que sufrimos. Sin las armas que cruzan la frontera, ese tráfico de drogas que tanto molesta a nuestros vecinos del Norte difícilmente existiría, ni tampoco los delitos como el secuestro que nos afectan a nosotros.
Si los propios estadounidenses fueran más sensatos y entendieran cuál es la función de un Estado moderno, se darían cuenta de que han equivocado sus prioridades. Las drogas pueden ser un mal, pero mientras sean tomadas de manera voluntaria no deberían ser objeto de ninguna prohibición. En cambio las armas, cuya función sí es la de cometer crímenes contra terceros, deberían estar prohibidas. Si lo estuvieran, menor sería la violencia en los dos países
Al Sindicato Mexicano de Electricistas le gusta llegar siempre al último momento. Este año exigió un aumento de 17 por ciento en los salarios de sus agremiados sólo para aceptar 4.9 por ciento horas antes de que venciera el plazo para el comienzo de la huelga en Luz y Fuerza del Centro. En 2008 el gobierno tuvo que preparar una requisa de la empresa, la cual hubo que suspender cuando estaba lista para aplicarse. El SME sabe que el gobierno no puede permitir una huelga en Luz y Fuerza del Centro por las consecuencias catastróficas que ésta tendría. Pero el sindicato aprovecha siempre el monopolio de la empresa para chantajear a la sociedad