Medios electrónicos y escritos de todos los países dieron cuenta de dos sensibles fallecimientos para la fauna artística internacional, los cuales conmocionaron al público de los espectáculos modernos: Michael Jackson y Farrah Fawcet.
El primero, un renombrado artista de raza negra llamado Michael Jackson, creó en su madura juventud un peculiar estilo cantante y danzante para la música pop; los discos con sus canciones rompieron los topes de venta y sus presentaciones públicas lograron catalizar la atención de millones de espectadores reales y virtuales; uno de sus últimos shows en Japón le habría redituado más de 80 millones de dólares, sin incluir los ingresos de publicidad en torno al espectáculo.
Farrah, la rubia radiante y simpática protagonista de la serie televisada "Los Ángeles de Charlie" se sostuvo en el "raiting" internacional de las televisoras hasta que agotó el ingenio narrativo de los escritores de guiones. Después de su triunfal estreno no lograría destacar en los múltiples papeles que le ofrecieron los productores de series y películas para la televisión. Estrellas del espectáculo cibernético, Michael y Farrah, disfrutaron momentos de gloria; pero necesariamente llegó el día en que debieron afrontar su muerte.
Somos seres humanos finitos: nacemos, crecemos, vivimos, cumplimos nuestro destino temporal y morimos. Bien o mal transitamos los caminos de la vida, pero no permanecemos, sino en la efímera memoria de aquellos a quienes quisimos y nos quisieron. Sin embargo, los que viven en el negocio del espectáculo pueden sentirse transitoriamente inmortales con esa alucinación pasajera que apenas dura el tiempo de un prolongado aplauso o un éxito transitorio. Un buen día o uno malo, los seres comunes y corrientes enfrentamos, igual que los laureados por la fama, a nuestro ineluctable destino.
En los casos de Jackson y de Fawcet la inercia mediática logró mantener la curiosa atención de sus veedores sobre el cómo y el porqué de ambos decesos. Se preguntan los fans si la partida definitiva de Jackson fue un artero cardiacazo o si moriría a consecuencia de una lenta acumulación de polvos y sustancias que algunas estrellas del espectáculo consumen para conservarse alertas y simpáticas ante las cálidas y saltadoras multitudes que forman su público.
En el caso de la Farrah no valdría afirmar eso mismo, pues está probado y documentado que falleció después de una lucha dolorosa contra el maligno cáncer; sin embargo, la muerte de Jackson permitiría al presidente Felipe Calderón injertar algunas inoportunas reflexiones teosóficas con tintes fanáticos, partidistas y claros fines electorales en un texto de comunicación social.
Esto dijo el presidente Calderón: "Una juventud que por sus condiciones sociales, familiares, educativas, por falta de oportunidades, que tiene pocos asideros trascendentes; que tiene poco en qué creer, que no creen en la familia que no tuvieron, que no creen en la economía o en la escuela (y) que no creen en Dios porque no lo conocen (...) Esta falta de asideros trascendentales hace, precisamente, un caldo de cultivo para quienes usan y abusan ese vacío espiritual de nuestro tiempo".
Sorprende la insólita filípica presidencial, pues involucra una falta de respeto al obligatorio laicismo constitucional, que en otras ocasiones ha declarado respetar. Creer en Dios no es una obligación, como la Iglesia siempre ha pretendido que sea decretado y el PAN quizá quisiera decretar este mismo año. En 1946 el presidente Manuel Ávila Camacho pudo armonizar a la sociedad y al Gobierno por medio de una simple frase: "soy católico", pero nunca volvió a tocar el tema, ni permitió que un partido político o algún funcionario público hiciera proselitismo religioso o antirreligioso; tampoco pretendió coartar la libertad de culto para las Iglesias y mucho menos evitar a la sociedad mexicana el ejercicio de sus prácticas religiosas dentro de los templos.
Lo preocupante de la filípica presidencial es que sea mal interpretada y pueda contaminar las elecciones federales del próximo domingo. Esto constituiría un retroceso en los avances logrados antaño. Que el mal llamado "presidente legítimo" de la República" empuñe un banderín más en su lucha contra el Gobierno constituido y que los resultados electorales puedan verse interferidos por bagatelas ideológicas sin pertinencia.
Y esto lo podremos impedir los ciudadanos si asistimos a votar, ejerciendo nuestros derechos con total libertad, absoluto raciocinio y responsable visión democrática. México vive un momento histórico trascendente y vital. Si no escogemos bien a nuestros diputados federales, caeremos en imperdonable retroceso político, económico y social. Ya basta de tanteos: avancemos al votar por el partido que en el siglo XX hizo posible el desarrollo de este México moderno que a partir de septiembre podremos reestructurar y blindar contra intentos malevos mediante leyes justas en educación, equidad fiscal, auténtica y permanente seguridad pública. Y para eso iremos a las casillas.