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El año de la grandilocuencia

MAURICIO MERINO

Pobres de nosotros. No era difícil prever que 2009 será un año espantoso, por la combinación de la crisis económica, la crisis de seguridad, la pobreza acumulada y la nueva contienda electoral. Lo que no previmos con exactitud fue el efecto devastador de este año, que nos ha convertido en uno de los países menos eficientes, menos competitivos y más corruptos del planeta. Se dice rápido, pero la magnitud de los fracasos es apenas comparable con la falta de conciencia sobre ellos.

Tampoco es necesario hacer de pitonisas para prever que 2010 será el año de la grandilocuencia. La mesa de las conmemoraciones está servida ya con generosidad para que los políticos de todo cuño hablen sobre la importancia de recuperar nuestro pasado de glorias y heroísmo, para afrontar los desafíos del día. Aunque es probable que para el Gobierno Federal sea un poco más difícil, pues esa historia que recordaremos hasta el vómito habla de inconformidades, de rebeliones ante la desigualdad y la opresión, de programas revolucionarios exitosos, de gobiernos proclives a los pobres y la justicia social, y de cambios radicales para salir de la marginación atávica. Mal llevado, el asunto podría convertirse incluso en propaganda gratuita para sus adversarios, que reclaman como cosa propia el legado revolucionario (que ambos llevan en el nombre), y ven a los gobernantes actuales como los conservadores y los porfiristas de las épocas heroicas de ayer.

En contrapartida, el Gobierno Federal y sus aliados responderán con más grandilocuencia, mirando hacia el futuro y acusando a sus oposiciones de haberse anclado en el pasado. La gravedad de los problemas que está viviendo el país abonará a esa causa, como ya se anticipó de hecho durante los últimos días de este 2009. Atrapado entre la impericia, la desconfianza y la impotencia, el Gobierno de Felipe Calderón decidió ganar la agenda del debate público desde el Tercer Informe de Gobierno, lanzando decálogos que sirven para discutir e imaginar futuros, aunque no ayuden en nada a resolver los problemas más urgentes del país. Pero las palabras tienen fuerza y, paradójicamente, ganan mucha más por las crisis que ahogan al país. En tiempos menos agresivos, las palabras pueden volverse tersas y anodinas. Pero en medio de las llamas cada frase suena como un grito. Y esto lo saben de sobra los políticos.

De otro lado, sin embargo, ya han comenzado a brotar otras ideas grandilocuentes de los bienpensantes preocupados por la patria que, aprovechando el doble marco de las crisis y de los centenarios, han comenzado a proponer sus propias listas de reformas inexcusables para resolver todos los problemas. Son apenas las primeras de las que vendrán después como en alud, tras la organización de mesas redondas, seminarios, encuentros y presentaciones de los muchos libros con los que se conmemorarán los aniversarios de la Independencia y la Revolución. Cada quién hará un panfleto para el árbol y cada oportunidad será propicia para inventar la patria pues, en la mayor parte de los casos, la diferencia principal entre los políticos, los académicos y los intelectuales es que solamente los primeros tienen el poder.

Pero la grandilocuencia más lamentable será la que vendrá acompañada de violencia física. Y a estas alturas, me parece ya imposible que a la lista de discursos, reformas y decálogos no se sumen también los manifiestos y las proclamas emanadas directamente del siglo XIX. De hecho, me sorprende que el EZLN haya guardado silencio durante tanto tiempo y me hace pensar que, junto a otros movimientos armados y revolucionarios, ellos también están esperando la magia del año 2010 para volver a la palestra con el auxilio de la culpa histórica. Y peor será si la delincuencia organizada decide sumarse a la celebración, disfrazada de movimiento justiciero.

Lo que no parece previsible es que la sociedad mexicana caiga en cuenta de que el gran cambio que realmente necesita tendría que ser, en realidad, la suma de los pequeños heroísmos de cada ciudadano. La revolución de las conciencias y de la responsabilidad de cada día, al menos para no causar más daños. No será la grandilocuencia que nos espera en abundancia durante 2010 la que vendrá a salvarnos de nosotros mismos, sino su opuesto; menos palabras para explicar y justificar lo que no hicimos o hicimos deliberadamente mal, con negligencia y mal humor, y más acciones solidarias, comprometidas y dignas para los nuestros y para nosotros mismos. Pero eso no sucederá aún el año que entra. Para eso nos falta mucho caldo, como el que nos regalará 2010 en grandes ollas.

(Profesor investigador del CIDE)

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