Imagine por un momento que los constantes actos de violencia que sufren nuestro país y nuestra región no estuvieran motivados por el comercio, sino por las ideas. Las balas y granadas que se detonan en nombre del desplazamiento de productos y la atención de nichos comerciales resultan, por alguna extraña lógica gubernamental, menos peligrosas que las que apoyan ideologías subversivas. Pues bien, tenemos hoy en cartelera una extraña película sobre cierto hombre que, siguiendo esa misma lógica, fue mucho más peligroso que cualquier capo.
El Argentino, de Steven Soderbergh, es la primera de las dos partes que componen una biografía parcial de Ernesto Guevara. Tremendamente circunscritas en su alcance, pues en ambas partes el director se limita a narrar las campañas militares que definieron la vida e imagen del Che guerrillero. La primera, de victoria y gloria, sobre la campaña cubana; la segunda, de pesadilla y derrota, en su desastrozo experimento Boliviano. Apenas brochazos dará Soderbergh sobre el Che filósofo y el Che diplomático, ahorrándonos por completo al Che burócrata o al Che verdugo.
Le digo que la cinta es extraña porque refleja claramente la curiosidad del director, neófito confeso de la revolución Cubana. Poco convencional en su estructura, y a pesar de que se percibe un cierto distanciamiento de Soderbergh que no la ayuda a estar lograda del todo, es un esfuerzo que vale la pena ver, sobre todo por la interpretación de Benicio del Toro.
El retrato que nos presenta del Che conmueve por su naturalismo, y aunque la puesta en escena podrá confundir a algunos por intercalar momentos nimios y sublimes, es una decisión artística que ayuda a mostrar al guerrillero como personaje de profundas contradicciones. El interés del director salta de los grandes enfrentamientos militares a las improvisadas campañas de alfabetización entre la tropa. De los hoteles y fiestas de Nueva York a las incomodidades del camping y el asma. De Fidel a la cocinera. Esta dialéctica busca explicar al líder nato y carismático que pretende ser uno entre muchos, al hombre que tiene aura de santo y mata a sangre fría.
El Che explica que la principal característica del guerrillero es el amor, el amor a los demás. Es una idea chocante, pero tiene muchísimo sentido. El amor como abstracción, dirigido a la humanidad entera, permite planear la salvación de la raza y al mismo tiempo ocuparnos del individuo que en ese momento nos dispara, o que sigue las órdenes del enemigo, sin sentir demasiada culpa por matarlo.
El Che fue un hombre enamorado, y como buen enamorado, le resultó imposible sentar cabeza con una sola revolución...