El Ayuntamiento de Guanajuato aprobó reformas al Bando de Policía y Buen Gobierno que sancionaría hasta con privación de la libertad a las parejas que se besen en la vía pública, teniendo como objetivo el de preservar el espacio público como lugar de convivencia y civismo. En principio contenía disposiciones que chocaron con la opinión de la ciudadanía quien, apenas enterada de lo que se iba a legislar, se mostró contraria a la medida. Lo que logró se encrespara la comunidad es que para impulsar las buenas costumbres la mayoría de los integrantes del cabildo votaron a favor. Si la costumbre es el modo habitual de proceder, establecido por la tradición, habría que dilucidar si el ósculo de una pareja de jóvenes en un parque, en un jardín o en plena calle es un suceso común o a los ojos del cabildo es una grave falta que brinca por encima de lo permisible, siendo un acto indeseable que debe ser reprimido ipso facto por las autoridades.
Imaginemos, por un momento, que estamos bajo el Bando del alcalde Romero Hicks. Que ya entró en vigor la prohibición. Que unos guardias lugareños encuentran besándose a una pareja de turistas recién casados. Que conocedores del bando los policías les marcan el alto, mientras alistan las macanas. Uno de los servidores públicos les pide que paren en esa conducta, que en otras partes de la República podrán hacerlo, pero en Guanajuato ¡jamás! Que se den cuenta que están cometiendo un acto por demás inmoral y contrario a las buenas costumbres. La pareja se queda perpleja, atónita y en un primer momento espantada, pues no alcanzan a comprender lo que está pasando.
Hasta entonces la luna de miel había sido maravillosa. Ya en la comisaría las miradas de los empleados municipales adquieren la dureza de quien está frente a un crimen de lesa humanidad. Una señora obesa, que se cubre la cabeza con un rebozo de bolita, se persigna para alejar los malos espíritus.
Pero, pongamos en claro qué es el beso. ¿Es un impulso en el que dos amantes, con un deseo carnal, juntan sus labios? ¿es sólo una demostración de cariño? o ¿es una señal de amistad? o ¿de amor filial? o son todas esas actitudes a la vez. Un beso, en una definición visual, es la aproximación de unos labios a otros. Quizá nos falta señalar el beso reverencial, que es el que se da a una persona de respeto y el beso de Judas, que encubre traición.
El beso es tan antiguo como la humanidad misma. Los esquimales, que habitan la margen ártica de América del Norte, acostumbran a frotar sus apéndices nasales. El beso es una costumbre de la humanidad en demostración de amor, amistad o reverencia. Es una locura tratar de impedir que los jóvenes demuestren su afecto con un movimiento de sus labios. Hay en el hecho de besar un puñado de terminales nerviosas que de alguna manera, en veces, despiertan en el cerebro emociones románticas en que poco importa la presencia en la boca de una flora astronómica de microorganismos.
Que diría el alcalde guanajuatense si le dijeran que hay una estatua en mármol que representa a dos amantes desnudos en pleno idilio, (está tan ocupado en castigar que sólo falta que al igual que los talibanes obligue a las mujeres a que utilicen una burka que sólo permita verles los ojos). En la figura realizada por Augusto Rodin, en el año de 1886, la cabeza del hombre se inclina y la de la mujer se eleva, encontrándose las dos bocas en un beso que sella la unión íntima de dos seres. Expresa para los conocedores del arte, pasión y desespero, deseo y castidad, en un estilo extraordinariamente vibrante y lleno de movimiento. Las figuras aparecen abrazadas como una gran escultura que comprende, digamos de paso, arcaísmo y clasicismo. Diremos que es de lo más natural que dos personas de distinto sexo unan sus labios para expresar sentimientos que quiere poner entre rejas el munícipe. Un beso lujurioso, concupiscente, lascivo, salaz, lúbrico, libidinoso u obsceno, estamos de acuerdo en que debería ser reprimido; pero dígame usted, a menos que el beso vaya acompañado de otras demostraciones corporales, ¿quién va a juzgar el acto?