Hay objetos de arte que, sin que sepamos por qué, tienen un atractivo magnético que nos hacen no sólo admirarlos, sino que los retenemos en la memoria durante toda la vida. Y no necesariamente nos referimos al arte clásico: esas expresiones que dejan huella pueden pertenecer a cualquier época, estilo o civilización.
Se dice que la pintura mejor conocida del mundo es la realizada por Leonardo da Vinci con la imagen de la Gioconda. Desde su creación, la media sonrisa de la Mona Lisa ha inquietado a todos quienes la han contemplado, y se ha vuelto un referente casi inescapable. Pero si se fijan, la pintura en sí no es ningún prodigio de composición ni de energía ni de equilibrio ni de color. La modelo misma no ganaría un concurso de belleza (al menos según los cánones estéticos del siglo XXI; vaya uno a saber si era un cuero en la Italia del XVI). Y el hecho de que aparezca hasta en los calendarios de la Miscelánea Turrubiates, como que puede abaratar su lustre.
Lo que no ocurre con la que usualmente se considera la pieza escultórica más hermosa de la Antigüedad: el busto de Nefertiti (palabra que modestamente significa "la bella ha llegado"), la esposa del rey Akenatón, uno de los faraones egipcios más interesantes y enigmáticos de la larga historia del país del Nilo.
Este busto de cerámica policromada representa a la reina con un gran tocado, que forma un equilibrio perfecto con su largo cuello. Sus facciones son delicadas, pero firmes, y aunque le falta el ojo derecho, es un modelo de armonía y balance. Quien ve por primera vez el busto de Nefertiti se queda prendado de él para siempre.
La pieza fue hallada en 1912 por arqueólogos alemanes que andaban excavando en Amarna, la que fuera capital del extraño reinado de Akenatón. De inmediato se convirtió en la principal exhibición para el museo berlinés que contenía los artefactos egipcios sustraídos por los alemanes.
Pero el museo fue casi demolido durante los bombardeos aéreos de los últimos dos años de la Segunda Guerra Mundial. El busto no corrió esa suerte: fue protegida en una mina de sal de Turingia, donde fue hallada después por soldados norteamericanos. Luego anduvo rodando de acá para allá, en lo que se creaba un museo digno de albergar a tan notable obra de arte.
Y este fin de semana, con Nefertiti como pieza estelar, se reinauguró, en la Isla de los Museos de Berlín, el Neues Museum, restaurado de manera muy singular para servir de nuevo de sede a los artefactos egipcios
Lo que no impide que Egipto se desgañite exigiendo los regresen, alegando que fueron vilmente robados. Pero ahí seguirán gritando: Berlín nunca va a deshacerse de la más bella, que llegó para quedarse.