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El circo del informe

EL COMENTARIO DE HOY

FRANCISCO AMPARÁN

Como si la nave de la nación no estuviera haciendo agua por todos lados, nuestra inepta clase política se entretiene con cuestiones de forma y no de fondo, discutiendo temas de poca o nula trascendencia, y encargándose de tensar todavía más un ambiente público que se percibe en plena descomposición.

En un momento en que una crisis literalmente histórica se ceba en el país, la discusión principal entre la casta parasitaria de los políticos ha estado centrada en un asunto perfectamente secundario: la presentación del tercer Informe de Gobierno del presidente Felipe Calderón.

Como parte del desmoronamiento de la presidencia imperial, el día del Informe fue uno de los primeros símbolos en ser atacado y afectado. Para realzar la nueva importancia del Poder Legislativo, éste hizo lo posible por acabar con aquella apoteosis a la figura presidencial que se montaba cada 1º de septiembre. Lo cual en principio no está mal. El informalmente llamado Día del Presidente era un evento cursi, populachero, más falso que un billete de dos pesos y pletórico de oropeles, serpentinas y confeti que solían esconder la realidad del país. Sólo servía para subrayar la abyección y sometimiento que era la nota predominante en las relaciones del Presidente de la República con la mayor parte de la clase política. Y para que el ocupante de Palacio Nacional se diera un baño de pueblo (acarreado) y se creyera popular. Uno de tanto rituales priistas sin contenido, pero que resultaban perennes e inalterables.

Luego vino la alternancia y todo el tinglado se desconchinfló. En 1997 Ernesto Zedillo tuvo que soportar la regañada que le puso el inefable, camaleónico y estrafalario Porfirio Muñoz Ledo (of all people!). Vicente Fox hizo todo lo posible por desprestigiar la figura presidencial, y en el pecado llevó la penitencia, cuando ya no lo dejaron presentar en persona su último Informe de Gobierno. Para evitar el ridículo de exhibir al mundo espectáculos realmente vergonzosos, se llegó a legislar de forma tal que el Presidente podía simplemente enviar el texto al Congreso, quizá con la secreta esperanza de que todos los legisladores supieran leer y escribir. Con ello se esperaba limar asperezas y dejar de prestarse a la chacota y el escarnio.

Ahora resulta que algunos legisladores sí quieren que el presidente se presente, básicamente para darse gusto insultándolo. A Calderón le quedó el mínimo de cordura para no ponerse en posición de tírenle-al-mono. Constitucionalmente, no tiene por qué leer una línea. A nadie. Pero, como símbolo de la ineptitud generalizada que caracteriza a su Administración, se optó por presentar un informe a destiempo, en petite comité y haciendo uso ¡del teléfono! Quien piensa que eso sirve para algo y subirá los bonos de un presidente ya muy lastimado, sencillamente no tiene los pies en la tierra.

Total, que la discordia, la inquina y el buscar broncas de oquis siguen siendo la tónica de nuestra clase política. Y México, como decíamos, se sigue hundiendo.

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