Se supone que un Gobierno hace mejor su labor si sabe exactamente a cuántas personas tiene que atender, cuáles son sus condiciones y en dónde se encuentran. Tampoco está de más saber esos detalles para saber de dónde sacar dinero, a quién cobrarle impuestos, y en dónde se hallan los posibles focos de problemas en el futuro.
Por todo ello, los gobiernos realizan lo que genéricamente se llaman censos. Éstos nacieron, por obvias razones, en la China Imperial de antes de Cristo. Pero la práctica la encontramos en muchas otras civilizaciones de la Antigüedad. Recuerden que José y María andaban lejos de su casa, con ella en estado interesante, precisamente porque se llevaba a cabo un censo ordenado por el emperador romano Octavio César Augusto.
Para facilitar el conteo, la gente había de ir a su lugar de nacimiento; y por eso según la tradición José y María terminaron en Belén.
Hoy en día las cosas se han tecnificado mucho, y nadie tiene que moverse de su casa para que lo cuenten. Aunque en algunas partes y entre ciertos sectores ese tipo de ejercicios son vistos con sospecha: ¿Qué le importa al Gobierno saber cuántos somos en la casa? ¿Para qué quiere saber más o menos cuánto gano? ¿Me querrán cuchilear después a Hacienda? La verdad, lo raro es que la gente dé la información (generalmente) de tan buen grado.
Los censos en Estados Unidos, como tantas cosas en aquel país (acuérdense de las elecciones), son sumamente primitivos. Mucha gente se queda sin ser contada, y los datos obtenidos en ocasiones sirven para dos cosas, por lo poco representativos que resultan. La verdad, el INEGI realiza aquí una labor mucho más eficiente que la que allá desempeña el Census Bureau.
Para corregir esas imperfecciones, los encargados del censo norteamericano de 2010 le van a empezar a echar todos los kilos desde ahorita y hasta la hora de la verdad, el año que entra. Para ello le destinarán 250 millones de dólares a la promoción del censo, explicando para qué sirve, cómo se realizará y la importancia que tiene la participación del culto público.
Pero hay un dato interesante: una cuarta parte de esa cantidad estará destinada fundamentalmente a las minorías: negros, asiáticos y latinos. Especialmente éstos tradicionalmente han estado muy mal contados, dado que muchos de ellos se esconden metódicamente de todo tipo de autoridades, por aquello de que son ilegales. Y mientras menos sean oficialmente, menos peso político.
Quizá la nueva campaña convenza a los indocumentados a dejarse contar, y demostrar así que son una fuerza que no se puede despreciar