Durante un muy buen rato, el comediante
norteamericano David Letterman tenía en
su programa nocturno una sección llamada
“Grandes momentos en los discursos presidenciales”.
Aparecían, efectivamente, imágenes
de memorables piezas de oratoria de
presidentes anteriores, como el “A lo único
que hay que temer es al temor” de Franklin
Delano Roosevelt, o el “No preguntes qué
puede hacer tu país por ti, sino qué puedes
hacer tú por tu país” de Kennedy. E inmediatamente
después, aparecía un breve corto
de George W. Bush equivocándose, diciendo
tonterías o simplemente balbuceando.
Era una manera no sólo de burlarse del tonto
del pueblo que acaba de salir de la Casa
Blanca; sino de compararlo desfavorablemente
con sus antecesores.
Supongo que esa sección va a desaparecer.
Porque si el discurso inaugural de Obama
es una muestra de lo que nos espera, resulta
notorio que no va a cometer muchos
dislates.
Generalmente se considera que los discursos
de toma de posesión marcan el estilo
o el espíritu que tendrá la Administración
entrante. No siempre ocurre así, como lo recordarán
quienes fuimos testigos de la gran
pieza de oratoria que fue el primer mensaje
de José López Portillo como presidente, y
del desastre en que terminó su sexenio. Pero
creo que en el caso de Obama, su discurso
puede servirnos de referencia.
Hubo tres grandes temas: en primer lugar,
que su Administración será una “nueva
era de responsabilidad”… lo que constituye
una cachetada guajolotera a la frivolidad y ligereza
con que se tomaron decisiones en la
Oficina Oval los últimos ocho años. Ahora las
cosas se van a pensar y a ejecutar teniendo
en cuenta el beneficio de los más, y del resto
del planeta. Nada de andar invadiendo países
y enojando aliados nada más por que sí.
Además, hizo un llamado a la unidad nacional
para enfrentar los múltiples retos que
se presentan en el horizonte. Dijo que era el
momento de “desempolvarnos y empezar de
nuevo el trabajo de rehacer Estados Unidos”.
Otra vez, una pulla a quien tanto hizo
para dividir a ese país en pobres y ricos, privilegiados
y desfavorecidos. Parte de esta
reconstrucción consistirá en desechar “la falsa
opción entre la seguridad y los ideales de
Estados Unidos”. Así que pronto veremos
irse a la basura algunas de las restricciones
a las libertades ciudadanas que promoviera
la camarilla de Dick Cheney.
Y en tercer lugar, Obama previno a sus
conciudadanos (y de rebote, al resto del
mundo) que los problemas que hay que solucionar
no podrán ser enfrentados “ni fácilmente
ni en un periodo corto de tiempo”; o
sea, que la crisis va para largo, y ni crean
que va a haber milagritos rápidos. No se hagan
ilusiones que con el morenazo residiendo
en el 1600 de la Avenida Pennsylvania la crisis,
el racismo y las injusticias van a desaparecer
como por encanto.
A buen entendedor, pocas palabras. Creo
que el discurso de Obama fue una brillante
pieza de oratoria; y al mismo tiempo, un
mensaje de esperanza y con sentido práctico.
Empieza bien la cosa.