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El Comentario de Hoy

Francisco Amparán

Durante un muy buen rato, el comediante

norteamericano David Letterman tenía en

su programa nocturno una sección llamada

“Grandes momentos en los discursos presidenciales”.

Aparecían, efectivamente, imágenes

de memorables piezas de oratoria de

presidentes anteriores, como el “A lo único

que hay que temer es al temor” de Franklin

Delano Roosevelt, o el “No preguntes qué

puede hacer tu país por ti, sino qué puedes

hacer tú por tu país” de Kennedy. E inmediatamente

después, aparecía un breve corto

de George W. Bush equivocándose, diciendo

tonterías o simplemente balbuceando.

Era una manera no sólo de burlarse del tonto

del pueblo que acaba de salir de la Casa

Blanca; sino de compararlo desfavorablemente

con sus antecesores.

Supongo que esa sección va a desaparecer.

Porque si el discurso inaugural de Obama

es una muestra de lo que nos espera, resulta

notorio que no va a cometer muchos

dislates.

Generalmente se considera que los discursos

de toma de posesión marcan el estilo

o el espíritu que tendrá la Administración

entrante. No siempre ocurre así, como lo recordarán

quienes fuimos testigos de la gran

pieza de oratoria que fue el primer mensaje

de José López Portillo como presidente, y

del desastre en que terminó su sexenio. Pero

creo que en el caso de Obama, su discurso

puede servirnos de referencia.

Hubo tres grandes temas: en primer lugar,

que su Administración será una “nueva

era de responsabilidad”… lo que constituye

una cachetada guajolotera a la frivolidad y ligereza

con que se tomaron decisiones en la

Oficina Oval los últimos ocho años. Ahora las

cosas se van a pensar y a ejecutar teniendo

en cuenta el beneficio de los más, y del resto

del planeta. Nada de andar invadiendo países

y enojando aliados nada más por que sí.

Además, hizo un llamado a la unidad nacional

para enfrentar los múltiples retos que

se presentan en el horizonte. Dijo que era el

momento de “desempolvarnos y empezar de

nuevo el trabajo de rehacer Estados Unidos”.

Otra vez, una pulla a quien tanto hizo

para dividir a ese país en pobres y ricos, privilegiados

y desfavorecidos. Parte de esta

reconstrucción consistirá en desechar “la falsa

opción entre la seguridad y los ideales de

Estados Unidos”. Así que pronto veremos

irse a la basura algunas de las restricciones

a las libertades ciudadanas que promoviera

la camarilla de Dick Cheney.

Y en tercer lugar, Obama previno a sus

conciudadanos (y de rebote, al resto del

mundo) que los problemas que hay que solucionar

no podrán ser enfrentados “ni fácilmente

ni en un periodo corto de tiempo”; o

sea, que la crisis va para largo, y ni crean

que va a haber milagritos rápidos. No se hagan

ilusiones que con el morenazo residiendo

en el 1600 de la Avenida Pennsylvania la crisis,

el racismo y las injusticias van a desaparecer

como por encanto.

A buen entendedor, pocas palabras. Creo

que el discurso de Obama fue una brillante

pieza de oratoria; y al mismo tiempo, un

mensaje de esperanza y con sentido práctico.

Empieza bien la cosa.

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