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El cristal con que se mira

HORA CERO

Roberto Orozco Melo

Que el poderoso empresario mexicano, Carlos Slim dijera, o más bien predijera, todo lo peor que va a suceder en México durante este año y los que sigan por causa y culpa de la crisis económica, puede entenderse en varias formas, pero la más optimista quizá sea la más obvia: las relaciones del grupo Carso con el presidente de la República no están, por ahora, en los mejores términos.

Esto es de difícil comprensión ya que los grandes empresarios siempre la llevan bien con el "papá de los pollitos" el que más manda (o mandamás) en nuestro sistema político. Igual no podemos ignorar que el principal negocio del señor Slim está legalmente bajo el control del área de comunicaciones del Gobierno nacional: don Carlos es el mayor accionista y por lo tanto único dueño de la empresa "Teléfonos de México" persona moral que antes fue un monopolio legal y hoy, bajo la óptica pragmática de la mayoría del pueblo, (no ante la jurídica) es un negocio que no aparenta tener una importante competencia. Ergo la tiene...

Estos tiempos ya son otros, diría el de Güémez: la modernidad tecnológica y el libre mercado trastocaron todo, o casi todo en el mundo. Vivimos en el siglo XXI, ya caducó el liberalismo a ultranza que sobrevivió a dos centurias y fue usado en el siglo XX para crear la prohibición constitucional del aprovechamiento exclusivo de un producto, industria o comercio conveniente. El servicio público de la telefonía, por ejemplo, fue monopolio y en los últimos tiempos ha tenido importantes aperturas ante la competencia. Antaño Teléfonos de México era una empresa propiedad del Estado y por lo tanto constituía un monopolio legal. Al cambiar su situación jurídica a empresa privada Telmex perdió el carácter de monopolio legal y el Estado mexicano convocó a otras empresas que quisieran prestar el servicio de telefonía en el ámbito de la libre competencia que ahora rige en el país; igual pasó con otros negocios estatales.

Si con su discurso en el Foro "México contra la crisis" el empresario Carlos Slim buscó cobrar, como señaló ayer Miguel Ángel Granados Chapa, esa o alguna otra vieja cuenta al presidente de México, allá ellos y sus reconcomios. Slim puede perder más que ganar.

Nunca se ha visto que un empresario derrote a un presidente de la República. Vemos a cambio, cómo el columnista Granados aprovechó el viaje para señalar errores tácticos del presidente en palabras, actitudes y oportunidades. Quién sabe qué diga de esto el señor Slim, acaso no se dio por enterado.

Por otra parte, sería arriesgado afirmar que ambos, Calderón y Slim yerran conceptualmente sobre la crisis que ya empezamos a padecer; es cierto que ésta podrá terminar en catástrofe o sólo concluya en algo menor, más cercano al alivio. Los anteriores trances económicos que hemos pasado en México estallaron porque hubo personas de posibles que trataron de obtener fortunas imposibles. Ergo, algunos las obtuvieron, pero las crisis terminaron como empezaron, haciendo más ricos a quienes ya lo eran, siempre de un pueblo que no entiende de finanzas públicas o privadas, ni sabe por qué suceden estos grandes y dolorosos problemas: sabe, en cambio, que su esposa o compañera ya no "acabala con el chivo" que le entrega su marido o compañero, que el rentero insiste en aumentar el alquiler de su vivienda, que suben los costos de la luz, del gas, del teléfono -si no se los han cortado-y que nada es igual ayer, hoy y siempre.

No entendamos una ponencia con crudas realidades como un manifiesto de oposición política, sabiendo lo que va a suceder, quiénes perderán con la crisis y quiénes van a ganar en ella. Cuánto daría quien cuenta y recuenta sus haberes por millones de dólares si pudiera contar sus pérdidas en pesos y centavos.

Para los multimillonarios lo perdido podría ser mucho, poco o nada; pero aún conservará dinero y negocio, acaso mermados, pues da por descontado que el Gobierno nacional repartirá dinero entre la banca, la industria, el comercio, la hotelería, la agricultura, la ganadería, los usuarios del crédito, los deudores hipotecarios, y etc. Con estos recursos no cuentan los del pueblo, y menos en un año de actividad política.

¿Cómo sabremos si las fabulosas cantidades que nuestro Gobierno tiene para esto o para lo otro van a llegar a sus destinatarios?

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