Algo hay que concederles a los odiados Cuervos de Baltimore, el equipo que más trancazos le pega a los Acereros de Pittsburgh temporada tras temporada; y es el hecho de que el equipo está nombrado en honor a un personaje literario. Más aún, su nombre proviene de ¡un poema! (Creo que nadie le ha avisado a Ray Lewis de esa curiosa relación). Si se fijan, es un caso prácticamente único en el mundo del deporte, donde se prefiere tomar como tótems a animales supuestamente fuertes y audaces como leones, panteras, jaguares, águilas (del América o de Filadelfia, igual de decepcionantes), tecolotes y tigres de Bengala (o bengalíes). ¿A quién más se le ha ocurrido tomar un personaje literario como emblema de un equipo deportivo? Creo (alguien ayúdeme con esto) que hay (o hubo) un equipo “Robin Hood” en la Tercera División inglesa o algo así. Pero de ahí en demás… Pensándolo bien, estaría bien que hubiera un equipo de basket (cuyos atletas suelen ser altos y flacos) que se llamara “Los Quijotes” de Cerro Prieto; o uno de voleibol femenino que respondiera al apelativo de “Las Madames Bovarys” de San Cocuyo el Grande. Algo me dice que sus fans encontrarían maneras de que no se aburrieran. Efectivamente, los Cuervos de la NFL son llamados así por el poema homónimo (bueno: “El Cuervo”) del escritor más famoso de Baltimore (aunque no naciera ahí), el señor Edgar Allan Poe, cuyo aniversario de nacimiento número doscientos se conmemoró en la semana que acaba de terminar. Motivo por el cual se armaron varios merequetengues celebratorios del primer gran escritor norteamericano que influyera lejos de las fronteras de su joven país. Y quizá el de más amplio espectro de la historia literaria de Estados Unidos.
A Poe se le acredita ser el fundador de la moderna narración de terror, del cuento policiaco de ficción y hasta del de espionaje y el que tiene como motivo temático la criptografía. Ciertamente, Poe fue pionero en muchos campos hasta entonces inexplorados por la literatura, no sólo norteamericana, sino universal. Por ello resultó en cierta forma más conocido (y reconocido) fuera de EUA que en su propia patria. Además, sobresaliendo del provincianismo que permeó al arte norteamericano durante los primeros 150 años de esa república, Poe no sólo buscaba las novedades europeas; sino que situaba algunas de sus historias en París… sin haber jamás puesto pie en la Ciudad Luz (que todavía no era llamada así: aún no había electricidad).
Edgar Poe es uno de esos escasos autores que fascinan no sólo por su literatura sino por la vida que llevó… y que de alguna manera definió su producción. Poe quedó huérfano a muy temprana edad, y fue criado (aunque nunca adoptado, lo que parece le dolió) por la familia Allan. Así que el “Allan” de su nombre no era estrictamente legal. Desde muy joven, a Poe le dio por la bohemia y pronto incurrió en deudas de juego. Su padrastro o como se le diga se rehusó a sacarle las castañas del fuego, y hubo un amargo rompimiento, motivo por el cual Poe hubo de abandonar sus estudios en la Universidad de Virginia (de donde, de cualquier manera y dada su vida de crápula, seguro lo hubieran expulsado: la escuela había sido fundada por Jefferson bajo reglas estrictísimas). Pasó un par de años como soldado, y se coló a estudiar en West Point, de donde sería echado. A los 26 años se casó con una prima de 13, la cual moriría años después de tuberculosis, en parte por las paupérrimas condiciones en que solían vivir. La muerte de su joven esposa lo dejó marcado, y de ahí parece derivar la vena morbosa y macabra de buena parte de su obra. Poe empezó a publicar reseñas, poemas y novelas, que fueron bien recibidas, pero que apenas le daban para comer, en vista de la inexistencia de leyes sobre derechos de autor (Por “El Cuervo”, una sensación inmediata, le pagaron… nueve dólares). Anduvo escribiendo en uno y otro periódico, y planeando durante años la creación de una revista literaria que, pensaba él, estuviera a la altura de la calidad de las letras norteamericanas. Nunca vio la luz en vida de Poe.
Para acabar de fruncir lo arrugado, Poe abusaba del alcohol y otras sustancias, y perdió algunos trabajos por presentarse borracho a la chamba. En sus últimos años (murió a los 40) mostró cada vez más frecuentes evidencias de desequilibrio mental. Finalmente, el 3 de octubre de 1849 fue encontrado “en muy mala forma” tirado en una calle de Baltimore… usando ropas ajenas. Nunca recuperó la conciencia y luego de delirar durante cuatro días, expiró. Los extraños detalles de su muerte, y la causa de la misma, son de esos misterios que siguen fascinando a tirios y troyanos.
Pero en esos 40 años Poe dejó una sólida obra literaria, con algunas piezas que continúan siendo clásicas. “El Cuervo” es un poema que sigue siendo popular y de los más reconocidos en lengua inglesa. El cuento “Los crímenes de la calle Morgue” no sólo introduce por primera vez al detective que resuelve misterios sangrientos mediante la deducción, sino que se lee hoy en día como recién escrito. Su protagonista, C. Auguste Dupin, es el padre putativo, pero innegable de Sherlock Holmes, el Padre Brown y Hercules Poirot, entre cientos de investigadores más o menos maniáticos. “Berenice”, “La caída de la casa de Usher” y “El extraño caso de M. Valdemar” continúan siendo fascinantemente morbosos. En el género de terror, Poe fue el primero en explotarlo de una manera que podemos llamar moderna: “El corazón delator”, “El gato negro”, “El retrato oval”, “El pozo y el péndulo”… ¡Uff! Mucho de lo que hoy consideramos dentro del género de los escalofríos y las ñáñaras tiene sus orígenes en algunos cuentos de Poe, diseminados en diversos periódicos y revistas de la época… cuyos honorarios apenas le permitían sobrevivir.
Qué tanto tenían que ver las aflicciones (y adicciones) de su vida con la atmósfera macabra de buena parte de su producción, es un asunto que ha servido de munición para multitud de comentaristas y escritores de tesis. Evidentemente Poe tenía muchos demonios internos qué exorcizar. De hecho, algunos de sus relatos han sido considerados como resultado de sus visiones producidas por el opio (aunque se discute que haya recurrido a ese tipo de drogas). Asimismo, resulta notorio que tenía una fijación con el temor a ser enterrado en vida (“…Usher”, “El barril de amontillado”, “El entierro prematuro”). Su pasión por la criptografía lo llevó a escribir una maravillosa historia de aventuras, con tesoro de piratas y toda la cosa: “El escarabajo de oro”. Vaya, hay quienes creen que “El caso de Marie Roget” es la expiación literaria… de un asesinato cometido por el mismo Poe.
Total, que el viejo Edgar llevó una vida penosa y lóbrega. Pero la aprovechó para generar algunas joyas que, contrario a lo que ocurrió con la mayoría de sus contemporáneos, no sólo siguen deslumbrando, sino que son universalmente reconocidas. Tanto, que cada 19 de enero por la madrugada, desde hace medio siglo, un desconocido deja en la lápida original de su tumba media botella de coñac (al parecer el admirador se sopla la otra mitad ahí mismo, nada tonto) y tres rosas rojas. Una linda tradición celosamente cuidada por su club de admiradores que funciona en Baltimore. Total, que a 200 años del nacimiento de E. A. Poe, vale la pena aproximarse a su obra. Que, además, resulta muy accesible para adolescentes y jóvenes. Será por lo macabro. Consejo no pedido para evitar que se le aparezcan pajarracos a medianoche: Lea “La sombra de Poe” de Matthew Pearl, curiosa versión de qué ocurrió esa noche de octubre de 1849. Provecho. Correo: anakin.amparan@yahoo.com.mx