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EL DESPLOME

La ciencia economista enseña que la clave del crecimiento económico es el incremento de la productividad.

Esto quiere decir, dicho de otra forma, que la única manera en que un país puede mejorar su nivel de vida es mediante un aumento sostenido de su productividad.

Si ésta no crece, por la razón que sea, o peor aún, se contrae, entonces el ingreso de las personas se estanca o se desploma. Este es un panorama nada alentador para cualquier sociedad.

Múltiples estudios han encontrado que la flexibilidad y movilidad del mercado laboral son, sin duda, dos de los factores centrales para el avance de la productividad. Entre más rígidos son los mercados laborales, menos productiva es la mano de obra de un país.

Estos comentarios vienen al caso por el gran contraste que existe en el comportamiento de la productividad en esta época de crisis en Estados Unidos (EU) y nuestro país.

La semana pasada, por ejemplo, se dio a conocer que la productividad de los trabajadores estadounidenses creció en el segundo trimestre al ritmo más acelerado en casi seis años, debido en gran parte a que las empresas despidieron personal para mejorar sus resultados.

En concreto, la productividad medida como la producción por hora trabajada creció a un ritmo de 6.4 por ciento anual, mientras que al mismo tiempo cayeron los costos laborales, elemento clave para mejorar la competitividad de las empresas.

Esta mejora en la productividad y los resultados operativos son una señal de que en EU las empresas tendrán que despedir menos gente en los meses próximos, que habrá menos presiones inflacionarias y que, cuando la recuperación se consolide, estarán más dispuestas a contratar personal para sostener los avances en la productividad.

La historia es muy distinta en nuestro país. Diversos estudios han mostrado que una de las principales causas para nuestro desempeño económico mediocre a lo largo de varias décadas es el magro crecimiento de la productividad laboral.

La razón principal es la enorme rigidez de nuestro mercado de trabajo, donde la legislación correspondiente se constituye en una camisa de fuerza que bloquea, para todo fin práctico, la movilidad y flexibilidad necesarias para mejorar la asignación de recursos y elevar la productividad.

La crisis económica actual ha puesto esta realidad nuevamente en evidencia. Lo lamentable del caso es que el presidente Calderón y algunos miembros de su gabinete no se percaten de ese problema, sino que se ufanen, implícitamente, de que exista.

Por ejemplo, el 28 de julio, el secretario de Economía, Gerardo Ruiz Mateos, aseguró "que de no haber tomado acciones el Gobierno se hubieran perdido 1.1 millones de empleos (y)

Más recientemente, el martes de la semana pasada, Calderón dijo que "si en el primer semestre la economía cayó... un diez por ciento más o menos... el empleo no varió ni siquiera al dos por ciento".

El programa de estímulo económico es, por mucho, más amplio y agresivo en EU que en México, pero aún así allá la desocupación creció considerablemente, mientras que aquí, según los datos de nuestras autoridades, el problema ha sido bastante menor.

Podemos o no creer las cifras de ocupación y la supuesta efectividad de las políticas del Gobierno al respecto, pero lo relevante es que Calderón y su equipo no mencionan ni se preocupan por el hecho de que esa fijación por "proteger" los empleos, cuya permanencia relativa se debe bastante más a la rigidez y costo de la legislación laboral vigente que a sus políticas coyunturales, se tradujo en un desplome monumental de la productividad en nuestro país.

En el primer trimestre el producto por trabajador en el total de la economía se contrajo 7.4 por ciento, mientras que en la industria manufacturera cayó 9.7 por ciento. Los datos del segundo trimestre, cuando se conozcan, mostrarán, sin duda, caídas similares.

La rigidez de nuestras leyes laborales evita una mayor desocupación en una crisis, pero para salvar esos puestos de trabajo reduce la productividad y deteriora considerablemente el nivel de vida de toda la población.

Este contraste entre lo que sucede en EU y nuestro país, que no comentan nuestras autoridades, es alarmante. Allá la flexibilidad de su mercado laboral estimula la productividad y facilitará la recuperación, mientras que acá la rigidez correspondiente desplomó el nivel de vida de todos y hará más lento y penoso el proceso de reactivación económica.

Eso, sin embargo, no le preocupa al "Presidente del empleo", quien prefiere conservar cualquier empleo, por improductivo que sea, que atreverse a proponer la reforma de nuestra legislación laboral que alentaría el crecimiento de la productividad y el nivel de vida de la población.

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