Protéjanse en casa. No salga. No bese. No abrace. No se toque la cara. Use cubrebocas. Lávese las manos mil veces al día. ¡Es una emergencia, un nuevo virus nos ataca!
Pareciera que presenciamos una película de ficción con elementos de terror, que sería entretenida si no formáramos parte de la escena.
Y, dado que a querer o no estamos en la película, tenemos derecho a preguntar a los directores de escena algunas cuestiones que, al menos a mí, no me quedan claras en este guión.
Entiendo que el virus irrumpió de manera sorpresiva en México, como podría haberlo hecho en cualquier parte del mundo. Que los virus no saben de cortesía elemental, de modo que no avisan de la fecha y hora exacta de su arribo. No obstante es previsible su visita. Entonces, ¿por qué nuestro país no estaba preparado?
En Quintana Roo sabemos que cada año puede llegar un huracán. No sabemos cuándo, ni dónde, ni de qué magnitud; pero no nos cabe duda que un día llegará. Y hemos aprendido que la única forma de que el daño sea el menor posible es prepararnos. A lo largo de varios años hemos ido construyendo una cultura de prevención de huracanes, y los gobiernos -unos con más tino que otros- han afinado la organización institucional para, llegado el momento, apoyar y atender a la población con eficacia y eficiencia.
De manera que vuelvo a mi pregunta. ¿Por qué si se sabía que algún día podría llegar un virus de magnitud insospechada, México no estaba preparado?
Desde hace diez años la Organización Mundial de la Salud (OMS) alertó a las naciones a prepararse para una epidemia de influenza, y les urgió a crear laboratorios y formar científicos/as capaces de, llegado el momento, garantizar la disponibilidad de vacunas para toda la población (El Universal, abril 30).
En 2005 la OMS advirtió que sólo unos diez países estaban en posibilidad de producir vacunas, por lo que "la mayoría de los países en desarrollo no tendrán acceso a una vacuna durante la primera ola de la pandemia".
¿Prestaron atención? ¡No!
En fecha reciente especialistas advirtieron que podía venir una epidemia de influenza y señalaron como prioritario la instalación de un laboratorio capaz de hacer frente a emergencias de este tipo.
¿Escucharon? A medias. A principios de 2008 el Gobierno anunció la adquisición de una planta para elaborar vacunas que entraría en operación, ¡en 2011!
EL DESTINO NOS ALCANZÓ En la década de 1950 y 1960 en México se producían 9 de cada 10 vacunas que requería la población. ¿Dónde? En los institutos de Higiene y Virología que, en 1977, fueron fusionados a otras dependencias del Sector Salud y para 1999 quedaron reducidos a dos áreas de una paraestatal llamada Biológicos y Reactivos de México S.A. de C.V. que sólo produce dos de las doce vacunas del esquema básico de vacunación del país. Todas las demás las importamos. Y, ¿sabe cuánto gastamos cada año en importar vacunas sólo contra la influenza estacionaria?: ¡570 millones de pesos! (El Universal, abril 30).
Súmele que nuestros institutos de seguridad social son, por decirlo de manera amable, ineficientes. En tiempos normales la población mendiga atención, pasa horas en espera de consulta médica, con frecuencia no se le atiende con el esmero debido, y ya mejor ni hablamos de cuando se requiere una cirugía.
Sume también que un gran número de personas carecen de seguridad social y de recursos para pagar atención en clínicas particulares; por tanto, acuden a farmacias y se automedican.
Sume asimismo que en las farmacias muchos medicamentos, como los antibióticos, se pueden conseguir sin prescripción médica, por lo que, sin querer, nos hacemos inmunes a una serie de antibióticos.
Revuelva bien y, ¿que tenemos? ¡Una emergencia monumental!
¿Cuánto nos va a costar? Mucho más de lo que hubiera costado invertir desde hace diez años en ciencia y tecnología.
¿Es el fin de la película? No. Saliendo de ésta, otro virus podría atacar seres humanos, plantas, animales, cualquier día, en cualquier lugar con impredecibles consecuencias.
¿Se habrá aprendido la lección? En el corto plazo veremos.