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El destino

GILBERTO SERNA

Hace varias décadas leí la novela escrita por Harry Harrison titulada ¡Hagan sitio!

¡Hagan sitio!, posteriormente llevada a las salas cinematográficas, 1973, con el nombre que encabeza esta colaboración. Un tema por demás interesante en que la polución se ha apoderado del planeta hundiéndolo en una especie de tinieblas cuya ciudad emblemática en la que se desarrolla el tema es Nueva York, el año 2022, la atmósfera casi irrespirable, la polución, una sucia nube a ras de tierra, oculta a una apocalíptica Urbe de Hierro, la comida cada día que pasa es más escasa, el agua insuficiente ¡se vende en garrafas!, la poca claridad del aire deja ver una ciudad ruinosa, desvencijada, arruinada. Los habitantes se mueven como muertos en vida, hay una sobrepoblación asfixiante, el Gobierno trata de mantener la tranquilidad para lo cual distribuye alimento procesado que dicen se produce con plancton de todos los océanos que poco después se descubre proviene de la gente que muere cuyos cuerpos son sometidos a un procedimiento que los convierte en galletas que sirven de alimento a los seres humanos que han sobrevivido. ¡Se comen a sí mismos!, la antropofagia es el futuro que nos espera, los campos han quedado sin vegetación, todo es soledad y aturdimiento.

Esto, de acuerdo con los expertos está próximo a suceder. La degradación ambiental está a la vuelta de la esquina. La novela revela que una pequeña élite social puede tener acceso a muy pequeños lujos como comer verduras y trozos de carne, lo cual no es de extrañar. No recuerdo el final de este drama de ficción que en nuestros días amenaza con convertirse en una novela premonitoria. Ya nadie duda que esto pueda volverse una dura realidad. Las emisiones de gases producirán el efecto de invernadero que a pesar de que los inviernos, como el que ahora estamos, sean más gélidos. Un cambio climático está encima de nosotros, atribuido a la actividad de los seres humanos que desde años atrás vienen alterando la composición de la atmósfera mundial. Cada vez tendremos climas más extremosos y fenómenos climáticos más intensos, los veranos serán más cálidos. El uso intensivo de carbón, petróleo, gasolinas, diesel, gas natural y la deforestación son las principales causas. El derretimiento de grandes extensiones de hielo aumentará el nivel del mar inundando amplias zonas costeras.

La gente en la calle lee o escucha sobre el cambio de temperatura y sigue caminando tan campante. No entiende que la humanidad entera hace rato está sufriendo los cambios en el clima. No nos hace mella que en nuestras ciudades están en constante aumento las emisiones de CO2 de los vehículos. La tala de árboles es una amenaza para nuestros bosques. En los días que corren arrancó la cumbre mundial para el rescate del planeta en que habitamos, a la que asisten al menos 98 jefes de Estado. Se trata de corregir el acuerdo que venga a sustituir el Protocolo de Kyoto poniendo un límite a las emisiones de gas. Se pretende encontrar una fórmula para que los países altamente industrializados disminuyan la emisión de gases mediante el uso de la energía atómica, que dicen no contamina o mediante aparatos eólicos. Lo malo es que no hay un mecanismo para impedir se siga contaminando la atmósfera que es el aíre que respiramos los entes biológicos.

Las grandes potencias se hacen locas cuando se habla del tema. Las chimeneas arrojan hollín, ceniza, tizne y humaradas, que forman una espesa nata de smog que permanece pegado a la tierra, creando una nubosidad asquerosa que flota por encima de la ciudad contaminando el medio ambiente. Su boyante industria no quiere oír hablar de la polución que producen sus fábricas. Es por eso que en la conferencia de Copenhague el presidente del panel intergubernamental para el Cambio Climático de las Naciones Unidas dijo que la base de un buen acuerdo sería reducir de inmediato el calentamiento global para evitar el aumento del nivel del mar en 17 centímetros, advirtió de lo que sucedería si se derrite el hielo de Groenlandia, por lo pronto el nivel podría aumentar en siete metros. Donde mostraron su verdadero sentir fue cuando se les dijo que se requieren 10 mil millones de dólares anuales de aquí al 2020, cantidad que debe salir de sus bolsillos y que no parece estén dispuestos a aportar. Se habla de encontrar la manera de recaudar fondos privados y públicos para canalizarlos a los países pobres para que puedan combatir los efectos del cambio climático, lo cual nos indica que tampoco están dispuestos a frenar su humeante carrera. En fin, protocolos van y protocolos vienen mientras la Tierra frunce el ceño al ver la apatía que muestran los países altamente industrializados para reducir la emanación de gases de sus fábricas. El destino nos ha atrapado.

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