Presa de un priismo y un foxismo involuntario, la Administración calderonista no escapa a la política del "día con día".
En ese esquema, el problema no sólo es la inexistencia de las metas de largo o mediano plazo sino que, sin rumbo ni perspectiva, los remedios del día alejan la salud de mañana. Peor aún, la idea de resolver el "día con día" crea la ilusión de avanzar hacia un futuro... incierto.
El calendario -por no decir, el azar- gobierna la agenda, la agenda no gobierna al calendario. La urgencia por salvar la coyuntura sepulta la importancia de construir la estructura.
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No hay prioridades. Los aciertos del primer año de la Administración son ya memoria. Aflora de nuevo, obcecadamente, la vocación de entender el Gobierno como un asunto de bomberos sin formación ni experiencia. Todo es correr y agitar los brazos. Quizá por eso argumentan no estar de brazos cruzados. Mucho movimiento sin dirección.
Poco a poco las supuestas prioridades de la Administración se diluyen, sea porque se perdió la perspectiva o porque las derribó la adversidad. Lo urgente de nuevo desplaza lo importante.
El primer empleo o el último es algo menos que la sombra de una promesa. La mejora en la calidad educativa, una aspiración frustrada. La reforma petrolera, un ardid para ocupar el tiempo. La vigencia del Estado de Derecho, un eslogan inaplicable en el caso de Citigroup-Banamex y muchos otros. La reestructuración de la seguridad pública, un recurso para organizar alguna cumbre. El bicentenario y el centenario de la Independencia y la Revolución, una efeméride como cualquier otra que, en su fecha, habrá de considerarse.
Sin querer, la Administración calderonista desarrolla un estilo de gobierno a partir de modos y recursos priistas, pero sin la gracia y la desfachatez foxista. Es lo uno y lo otro, aderezado con gesto de enojo y estampado con sello de ineficacia.
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En dos campos -que se resumen en uno- preocupa la puesta en práctica de esa política del "día con día": la conversión del combate al crimen en una guerra sin plazo ni fin y la conversión de la relación con Estados Unidos en un conflicto.
Incapaz de elaborar y desarrollar una auténtica política en materia de seguridad, la Administración da palos de ciego y, según la gravedad, algún golpe espectacular. Pero palos todos, a fin de cuentas.
Si Estados Unidos reactiva la política del doble discurso -el reconocimiento y el reclamo; el palo y la zanahoria; la cooperación declarativa y la condición insoslayable- la Administración calderonista reacciona con dos o tres declaraciones inflamadas de nacionalismo y con dos o tres palos espectaculares contra el crimen para extenderlos como tapete para recibir a Hillary Clinton, preparar la llegada de Janet Napolitano y esperar a Barack Obama.
Así, en la reacción inmediata se pierde la acción de fondo. No se recapitula ni rectifica, se avanza con paso firme sin saber a dónde.
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De ese modo, a casi dos años y medio del arranque de los operativos policiales-militares, donde el Ejército respaldaba a la Policía, se ha pasado exactamente a lo contrario: la Policía respalda, es un decir, la actuación fundamental del Ejército. Ahora es más probable que los policías regresen a sus cuarteles, que el Ejército a los suyos. La Fuerza Armada se ha convertido en el pilar de la Administración, el cuerpo policial en un lastre.
Esa circunstancia lleva a otra todavía más complicada. El Ejército encuentra en esa guerra una situación deplorable, pero también envidiable. Acrecienta su peso, mejora su equipamiento y sus haberes, practica lo que ni siquiera aparecía en sus manuales y, en lugar que de a poco la Policía lo sustituya en un quehacer para el cual no está destinado, la Fuerza Armada releva a la Policía.
Esa dinámica conduce inexorablemente a ver en la guerra un Estado no del todo despreciable. La prolongación de los conflictos centroamericanos de la década de los setenta y ochenta se debió en mucho a esa dinámica donde la guerra se convierte en un mal rentable: los ejércitos oficiales y extraoficiales la requieren para asegurar su existencia y su vigencia.
Tiene, sin duda, un costo para el Ejército mexicano esa guerra... pero su prolongación le reserva un rol preponderante en la escena.
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El haberse lanzado a esa guerra sin cálculo, estrategia ni Inteligencia ha hecho que la Administración pierda la noción del tipo de problema que encara: a veces lo trata como un asunto de seguridad pública, a veces como uno de seguridad nacional. Y en la indefinición rebota, tomando decisiones dictadas por la circunstancia nacional... o estadounidense.
Así, a partir de la llegada de Fernando Gómez Mont, pareciera que la Secretaría de Gobernación se reposiciona en el combate al crimen organizado. Recupera la cabeza, pero no está claro si el mando y la estrategia. Tampoco está claro si ésa fue una decisión tomada o, bien, una actitud derivada del carácter del nuevo funcionario que, por lo visto -dicho con delicadeza-, trae los pantalones mejor fajados que otros.
Decisión o actitud, el detalle está en que Gobernación desde hace años fue desmantelada y, en el campo de la seguridad nacional, sólo cuenta con los servicios de Inteligencia que no se sabe si ya salieron de su convalecencia. Eso es todo, no tiene más recursos.
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En ese ejercicio de dar palos a ciegas, en estos días se han sumado otros importantes, pero no visibles.
El nombramiento de Jorge Tello Peón como secretario ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública reitera la duda de cómo se concibe el desafío. ¿Qué significa que un hombre como Tello, formando en las lides de la Inteligencia y la Seguridad Nacional, encabece un órgano de seguridad pública? ¿Qué significa eso y que un hombre como Genaro García Luna, formado en las lides de la operación policial, conserve una Secretaría de Estado? ¿Qué significa que la secretaria técnica del Consejo de Seguridad Nacional, Sigrid Artz, tenga hechas sus maletas en Los Pinos sin saber si se va o se queda? ¿Cómo encuadra en eso la disminución del procurador Eduardo Medina-Mora en esa política que, a dos años y medio, no acaba de definirse?
Si hacia dentro del país es difícil entender cuanto ocurre, hacia fuera del país ha de ser incomprensible. ¿Cómo presumir que todo está bajo control si ni siquiera dentro de la Administración se advierte eso?
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En ese constante correr y agitar los brazos, la falta de estrategia inquieta a Estados Unidos que, de pronto, reduce la relación con México a un conflicto. Esa política del vecino se entiende, es parte de su doble discurso; que la adopte el Gobierno mexicano, preocupa.
La primera misión al exterior (a Estados Unidos) la encabeza el responsable de la política interior, Fernando Gómez Mont. El mensaje es inequívoco, se asume el problema del crimen como asunto nacional, no bilateral. Luego, la comitiva que lo acompaña, militares y policías, convalida otra percepción del vecino: el problema es exclusivamente criminal. Nada qué ver la salud, la educación, la prevención y el consumo de allá. ¿No es un error, no es un palo?
¿Cómo validar el reclamo de la cooperación, si el problema se asume como un conflicto?
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En la política del "día con día", la Administración avanza. La cosa está en saber nomás pa' dónde vamos.