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El dilema del empleo; Producción extranjera

Julio Faesler

Hay una vinculación directa entre el creciente desempleo cuyo índice llegará en 2009 a más del 5% y la política de comercio exterior que seguiremos. El que no hayamos podido vencer en muchos años un crónico déficit que al terminar 2008 llegó a cerca de 15,000 millones de dólares, se explica por la congénita que aqueja a nuestras exportaciones. Frente a un aumento en 2007 de 8.6% de las exportaciones, el de las importaciones en los últimos años ha sido de 11.3%.

Nuestra anémica producción agropecuaria e industrial no puede crear suficientes empleos para ocupar la fuerza de trabajo que disponemos. Si en 2008 la creación neta de fuentes de trabajo fue apenas de unos 250,000, cifra muy lejana de la meta de al menos un millón. El déficit acumulado es más de 6.5 millones.

Se verá cuán difícil se presenta el reto en el año que se inicia muy especialmente si se insiste en facilitar la entrada a nuestro mercado de artículos importados que sustituyen los que se podrían producir dando trabajo al campesino y al trabajador. Mientras más hemos abierto las puertas a la importación, más se ha extendido la integración extranjera en nuestros productos finales, sean agrícolas, agroindustriales o industriales.

En la actual coyuntura de fuerte tendencia recesiva en la economía mundial hay que saber sincronizar las medidas pertinentes que ayuden a la economía a superar el reto de la depresión y no acentuar sus efectos. En el escenario difícil que vivimos lo crítico es salvar los niveles de ocupación ayudando a los actores económicos a evitar despidos y venciendo la adversidad de los mercados en declive.

Proteger el empleo de los trabajadores nacionales es una responsabilidad primordial de todo Gobierno. Ninguna norma que rija las prácticas comerciales internacionales puede ser superior al cumplimiento de ese deber. Por encima de la clásica descripción de las ventajas comparativas que nos llega del Siglo XVIII, está la dinámica de cada desarrollo socioeconómico nacional y que evoluciona por etapas sucesivas hacia grados de madurez y competitividad conforme a sus propios ritmos. Abrir mercados antes de tiempo provoca la destrucción de unidades productivas y, lo que más perjudica al país, el cierre de puestos de trabajo. La libertad del mercado es efectiva y provechosa cuando se hace conforme a las circunstancias de cada caso. Lo contrario produce serios estragos socioeconómicos.

La participación creciente de los componentes e insumos extranjeros en la producción física nacional hace que el 70% de la composición de los artículos manufacturados en México sea foráneo. Este hecho puede contribuir en calidad, baratura y competitividad internacional de los productos industriales o agroindustriales, pero su efecto neto desplaza a la mano de obra nacional que podría ocuparse en cultivar o fabricar los mismos componentes o insumos, de esta manera, la continuidad del proceso de producción nacional queda rota.

Suele darse como justificación que tal esquema genera nuevos empleos al abrirse nuevas unidades industriales que parten de los insumos o componentes importados para proceder a su terminación. Hay que aceptar, empero, que esos nuevos empleos son sólo los de ensamblaje o procesado.

El grado de elaboración con mano de obra nacional partiendo de la fase inicial de la producción es el eje del desarrollo industrial sólido y cabal y no la simple actividad de incorporar o ensamblar al artículo componentes o insumos importados del extranjero ya que una vez terminado, éste resulta mayoritariamente extranjero. Por tal razón, se debe promover una mayor producción nacional de los insumos y componentes agrícolas e industriales en lugar de traerlos de fuera, lo que ya ha costado y costará el cierre de numerosas plantas.

Para nuestro país la cuestión se plantea en términos del dilema entre proteger los puestos de los trabajadores y empleados nacionales o impulsar el consumo e incorporación a los procesos de producción de artículos importados cuyo binomio precio-calidad se presenta por el momento más atractivo que el nacional. Al hacer esto, sin embargo, se socava el empleo fuente de los ingresos y poder de compra que sostienen al mercado interno.

No puede esperarse que el Gobierno cumpla su promesa de promover empleo para todos con una desacertada política de inoportunas desgravaciones arancelarias, que no para apoyan la producción nacional sino la sustituyen con la paradójica intención de volverla más competitiva.

El país requiere la formulación de una política de comercio exterior integral que abarque no solamente la promoción de exportaciones sino la producción de una oferta exportable cabalmente mexicana que sea vigoroso promotor de empleo y aprovechamiento de nuestros recursos naturales y nuestra ubicación geográfica.

No es momento de satisfacer visiones académicas abstractas, o acuerdos de dudosa conveniencia asumidos en la Organización Mundial de Comercio, que al traducirse en medidas concretas, como la programada desgravación arancelaria que comentamos, dejan en precario suspenso los intereses económicos más esenciales de nuestra población.

Enero 2009.

juliofelipefaesler@yahoo.com

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