Hace unos días, el director y actor de cine franco-polaco Roman Polansky, de 76 años de edad, fue detenido en el aeropuerto de Zürich, Suiza, a donde había llegado para ser premiado en un festival fílmico. La Policía suiza estaba acatando una orden de aprehensión, con fines de extradición, emitida por la fiscalía de Los Ángeles, California, por un proceso iniciado ¡hace treinta y un años!
El arresto de Polansky desató una tormenta de críticas contra los sistemas de justicia suizo y norteamericano por igual. Los ministros de Cultura tanto de Francia como de Polonia exigieron su liberación. Numerosas luminarias del Séptimo Arte, de este lado y de aquel del Atlántico, demandaron lo mismo, mediante las consabidas cartas abiertas. Polansky hizo saber, a través de su abogado, que combatiría por todos los medios posibles su extradición a California.
Roman Polansky ha sido un talentoso hombre de cine desde hace cuarenta años, cuando dirigiera una de las cintas clásicas del género de terror: “El bebé de Rosemary” (Rosemary’s baby, 1968). A ella le siguieron otras cintas notables (algunas, francas obras maestras) de muy diversos estilos y géneros como “Barrio Chino” (Chinatown, 1974), “Tess” (1979), “Búsqueda frenética” (Frantic, 1988), “Luna Amarga” (Bitter Moon, 1992), “La muerte y la doncella” (Death and the maiden, 1994), “La novena puerta” (The ninth gate, 1999, basada en “El Club Dumas” de Pérez-Reverte) y “El Pianista (The pianist, 2002), con la que obtuviera el Óscar por la mejor dirección… premio que no acudió a recibir precisamente por el temor a que la justicia angelina le echara el guante.
Y como actor no lo ha hecho tan mal, destacando su hilarante desempeño como ayudante de un cazador de vampiros en “La danza de los vampiros” (Dance of the vampires, 1967), en la que es acosado por un nosferatu gay; o su impresionante e inolvidable interpretación de un hombre obsesionado en “El inquilino” (Le locataire, 1976). O su breve papel en “Barrio chino”, en que aparece en pantalla menos de un minuto, nada más para rebanarle la nariz a Jack Nicholson. En algunas películas además ha colaborado con guiones realmente notables. Sí, Polansky tiene un enorme talento.
Pero también tiene sus desviaciones. En 1977 emborrachó y drogó a una muchachita de 13 años y se aprovechó sexualmente de ella. Esto le valió una estancia en la cárcel para evaluación psiquiátrica de unas siete semanas. Él afirma que llegó a un acuerdo con el juez para no ir a juicio. Pero por aquello de no-te-entumas, puso pies en polvorosa, huyendo a Europa. No ha vuelto a pisar Estados Unidos desde 1978, temiendo que el proceso siga su curso y termine en chirona. Es por ese caso pendiente, y por su fuga de la justicia californiana, por lo que fue emitida la orden de arresto y extradición a Suiza.
(Ah, otra desviación: Tiene la manía de poner a su tercera esposa, la muy mediocre actriz Emmanuelle Seigner, como protagonista en algunas de sus películas... en las cuales medio mundo le mete mano ferozmente. ¿Quién coloca a su cónyuge en esas situaciones? ¿O será para presumir lo liberal que es él y lo ardiente que es ella? Misterio).
El caso Polansky tiene una serie de aristas interesantes… y que tienen que ver con esa enfermedad posmoderna aguda y crónica, la celebrititis. Esto es, la violación de uno de los derechos humanos elementales defendidos desde el siglo XVIII: los hombres ya no somos iguales; existen las celebridades (que pueden serlo por diversos motivos, no todos ellos sanos) y todos los demás: la raza, la chusma, la pelusa, la perrada, el infelizaje, los de Sol (perdón: los de la Sección Takis)…
Por un lado, Polansky alega que el caso debió cerrarse desde 1978, cuando según él se había llegado a un acuerdo fuera de la Corte. Y que el juez (el cual ya murió hace tiempo y no puede dar testimonio), queriendo sus quince minutos de fama trincando a una celebridad, sabiendo la exposición que el proceso iba a tener, pretendía faltar al acuerdo llevándolo a juicio, Y que, para evitar esa traición y convertirse en la mujer barbuda del circo, huyó a Europa… en donde nadie lo había molestado hasta ahora. Polansky ha querido arreglar su estatus, pero la fiscalía se empeña en que para hacerlo debe presentarse personalmente en Los Ángeles. ¿Saben qué? ¡No, gracias! A su vez, la niña de la que abusó, hoy una matrona de 45 años, dice que ya lo perdonó, y que la fiscalía de California debería pararle a su cuento: a ella le ha hecho más daño esa procuraduría, con su empeño en mantener vivo un caso ya arranciado, que lo que jamás le hizo Polansky.
Los que apoyan a Polansky alegan básicamente lo mismo: si el acusado fuera cualquier hijo de vecino, el caso estaría durmiendo el sueño de los (in)justos desde hace décadas. Pero como se trata de una estrella famosa, prófuga de la justicia además, los fiscales angelinos han desatado una inútil y encarnizada cacería de brujas para pararse el cuello, volverse a su vez famosos, y quizá aparecer en la mini-serie para televisión que seguramente surgiría de todo el asunto. O sea que Polansky es una víctima… de su celebridad.
Otros apuntan a que Polansky violó a una menor, se escapó de la justicia y no ha respondido de acuerdo a las leyes de la tierra. Que no ha pagado por lo que hizo, y su estatus de celebridad no debería salvarlo de ser tratado como cualquier hijo de vecino. Según este sentir, demasiados personajes famosos creen que por serlo no tienen que someterse a las reglas y limitaciones que imperan sobre el resto de la Humanidad. Los mexicanos, que seguido tenemos que enfrentarnos a la soberbia y estupidez de quienes se dicen “influyentes” (o peor, que tienen fuero legislativo), sabemos lo que es eso. Además, el talento o genio artístico no debería de dar patente de corso a quien así fue bendecido por Dios, la naturaleza o quien ustedes quieran y gusten.
Por otro lado, tenemos que el perseguir a un anciano por un crimen de hace tres décadas, y que ya fue perdonado por la víctima, parece algo fuera de toda proporción. A eso se le debe añadir (dicen sus apologistas) que Polansky ha sufrido lo suyo: perdió a sus padres en un campo de exterminio nazi; pasó una adolescencia de perro callejero en la posguerra; y se salvó por un pelito de ser víctima de la masacre en que su esposa embarazada, Sharon Tate, resultó asesinada por la banda de Charles Manson, en 1969. Según esto, el hombre ya pasó las de Caín, y merece que lo dejen en paz. Además, aprovechar para agarrarlo cuando le iban a dar un premio se pasa de rosca.
Esas son las posturas. ¿Usted qué opina? ¿Cree en la redención, en el perdón, o en el castigo necesario y con vendas en los ojos?
Consejo no pedido para evitar que su cónyuge le recuerde cada semana esa cana al aire de 1986 en Mazatlán: Vea cualquiera de las películas citadas (o todas). La mayoría son bastante, bastante buenas. Provecho.
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