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EL DIVÁN

LIC. JOSÉ ANTONIO MIRANDA HERNÁNDEZ

LOS LAZOS INVISIBLES

Como seres humanos estamos destinados a formar lazos con nuestros iguales, ya sea por pertenencia, afinidad o de plano por conveniencia. Estos vínculos generalmente son conscientes debido a que el individuo entiende por qué se liga con ésta o aquella persona.

Las dificultades se presentan cuando no sabemos por qué tenemos relaciones conflictivas y que además duran una buena cantidad de años, ni por qué tal o cual persona ejerce sobre nosotros mucha influencia o interfiere en la mayoría de nuestras decisiones.

La terapia familiar le atribuye el nombre de lazos invisibles o lealtades. Éstas se caracterizan por ser mandatos, principios o formas de actuar que corresponden a las expectativas de otras personas que por alguna extraña razón son como nuestros jefes que nos dicen qué hacer o no hacer en determinada situación.

Para poner un ejemplo está el caso de la esposa que no se decide divorciar del marido, porque en su casa paterna sus otras ocho hermanas no lo han hecho a pesar de sufrir invariablemente con el marido. Lo que en el fondo sucede es que si ella decide terminar con la relación encontrará el rechazo de sus padres por no ser la hija que ellos esperan, a pesar de haberse casado y supuestamente ser independiente.

Otro ejemplo lo encontramos con el estudiante de leyes que no se siente satisfecho con su carrera, pero decide continuar porque si no lo hace su padre y abuelo, quien por cierto son abogados no aprobarían tal decisión, por lo que el futuro profesionista "perdería" el cariño de sus familiares.

Pudiéramos hablar de culpa como el motor principal de los casos mencionados, sin embargo es algo más complejo que la culpa, desde mi punto de vista, ya que habla de vínculos muy fuertes que nos dan identidad y son difíciles de cambiar porque duele dejar lo que ha funcionado desde hace muchos años al igual que da miedo el pensar en una nueva forma de relacionarnos con los que queremos.

Es complicado cambiar, pero no imposible. El problema estriba en que asociamos el pensar diferente con falta de cariño. En otros términos que a mí me guste el fútbol y a mi padre no, no quiere decir que no exista cariño entre los dos, sino que simple y sencillamente pensamos diferente. Cambiar implicaría tener relaciones más sanas en donde se respete la diferencia de opinión y se tolere que las personas tienen intereses distintos y no por esta razón se deshonra a la familia o se la lastima.

Me parece que vivimos en una sociedad que privilegia los vínculos afectivos y eso es positivo, pero también habría que remover los vicios que se tienen de estos nexos, que es creer como padres que nuestros hijos nos pertenecen, o nuestros hermanos no pueden profesar una religión diferente, o que nuestra esposa o esposo no pueden tener concepciones distintas sobre su voto o qué hacer con el día de descanso. En la medida que toleremos más la diferencia y veamos más a los individuos como seres reales con virtudes y defectos, más sólidos y duraderos serán nuestros vínculos, pero sobre todo más maduros, lo que nos permitirá ser una sociedad más incluyente y menos culpígena.

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