A medida que avanzan las campañas políticas, la ciudadanía se va hartando cada vez más de la política, los políticos, los partidos, el IFE y la cadena interminable de sinsentidos, tonterías, posturas cínicas y simples estupideces que salpican nuestra vida pública.
Ese desencanto ciudadano ha empezado a tener una serie de manifestaciones cada vez más visibles y vigorosas, clasificables en tres propuestas, que mencionamos no en orden de importancia, sino como han venido dándose, al menos desde la percepción de un servidor.
La primera: instar a que la gente no acuda a votar el 5 de julio, como muestra de desprecio a unos partidos buenos sólo para mamar del presupuesto y postular auténticos gañanes.
La segunda: sufragar, pero anulando el voto, escribiendo un gigantesco símbolo de un medio (1/2) sobre toda la boleta, para dar a entender que se exige que los gastos, sueldos y prebendas de los partidos sean cortados a la mitad.
Y la tercera, similar a la anterior: anular el voto, como manifestación de que sí se es ciudadano, pero ningún partido ni candidato vale la pena. La esperanza en este caso es que los votos nulos sean superiores a los válidos, y de esa manera los partidos se den cuenta del hartazgo ciudadano. Que así los ciudadanos presionemos a los partidos para que dejen a un lado su cinismo y absoluta falta de interés por el país, y finalmente se pongan a trabajar por el beneficio de México y sus habitantes.
El problema de esta última propuesta es que supone que los partidos y sus líderes tienen un mínimo sentido de la vergüenza y la dignidad. Y mucho me temo que han probado, una y otra vez, que la opinión ciudadana les importa un sorbete, y que el mínimo sentido de la responsabilidad personal y colectiva les resulta más lejano que el planeta Urano.
Con lo que nos ha costado construir nuestra democracia electoral, sería una tragedia (y un riesgo gravísimo) no sólo que el abstencionismo gane aplastantemente en unas elecciones federales, por muy intermedias que sean; sino que quienes acudan a las urnas ni siquiera emitan su sufragio. Sin duda quienes anulan su voto tienen todo el derecho de hacerlo, y así pueden manifestar el desdén y asco que les provocan partidos y candidatos que simplemente no están a la altura de las circunstancias. Pero yo tengo mis dudas de que ello tenga los efectos deseados. Lo que me trae a la mente un suceso ya añejo ocurrido en Brasil.
Hace algunos lustros, cuando Brasil retornó a la democracia, hubo elecciones locales en un pequeño suburbio de Río de Janeiro. Todos los candidatos eran francamente impresentables, de manera que los ciudadanos se enfrentaron a la amarga decisión de escoger el menos peor. Pero entonces a alguien se le ocurrió que podían votar por alguien independiente, simpático y confiable, y empezó a correr la voz para que a la hora de la elección la gente escribiera su nombre en la boleta. La campaña tuvo gran éxito, y eso que hablamos de tiempos anteriores al correo electrónico.
El día de los comicios, las boletas marcadas con el nombre "Bubú" arrasaron en la votación. Bubú era el rinoceronte del zoológico local. Y la gente prefirió votar por él y no por humanos que consideraban unas bestias.
Los partidos se pusieron las pilas, cambiaron a sus candidatos y se repitió la elección. Con todo, en los segundos comicios, Bubú quedó en segundo lugar.
Sí: allá al menos votaron por un animal querido; no por cualquier animal.