La imagen nos recordó los oscuros tiempos de treinta, cuarenta años atrás, en tantos países de Latinoamérica: en medio de la noche llega una escuadra de soldados a la residencia presidencial y levanta de su cama al gobernante en turno; en piyamas se lo llevan al aeropuerto más cercano, y sin mayores miramientos lo despachan al exilio. Eso, si le iba bien al presidente depuesto, que bien podía sufrir peor suerte.
El caso es que con el rompimiento de la ola democratizadora en el subcontinente, ocurrida entre los ochenta y noventa, el fantasma del Golpe de Estado militar parecía haber sido exorcizado. Lo ocurrido en Honduras en estos días nos habla de la fragilidad institucional que siguen padeciendo las precarias democracias de nuestra América.
En una muestra insólita de unidad, todo el continente reprobó la violenta remoción del presidente hondureño José Manuel Zelaya. Ahora sí que nadie se pudo quejar de la injerencia del Imperio, dado que hasta la Casa Blanca criticó el golpe. Sin embargo, las cosas no son tan claras
Empezando porque en todo este fandango no hay inocentes. José Manuel Zelaya le buscó tres pies al gato al apartarse de la línea de su partido, el Liberal (que en realidad es conservador; ya sabemos que en Latinoamérica los nombres de las organizaciones políticas no dicen gran cosa); al acercarse convenencieramente a Hugo Chávez, para tener acceso al petróleo barato con que el venezolano ha venido comprando amigos; pero sobre todo, al empeñarse en realizar una consulta popular para ver si el pueblo catracho quería reformar la Constitución
El Poder Legislativo y la Suprema Corte de Justicia declararon ilegal esa consulta. La negativa de los altos mandos de las Fuerzas Armadas a colaborar en la misma desató la crisis: Zelaya corrió al Jefe del Ejército, el más alto Tribunal lo restituyó en su cargo, y Zelaya mandó al diablo las instituciones: dijo que ni restablecía en su puesto al general botado, ni tenía por qué hacerle caso a Congreso y Tribunal. Queda claro que desacatar las órdenes de los otros dos Poderes no es cualquier cosa.
Pero la reacción de la Oposición fue totalmente inconveniente: apelar al Ejército para exiliar a un presidente legítimo, y proceder a juramentar a su sustituto en una ceremonia al vapor. Por eso la reacción unánime en contra del golpe. La cual le pone presión al Gobierno espurio, pero no ayuda mucho a encontrar una solución institucional, que sería la preferible.
Las desmesuras de unos y otros actores de la vida política hondureña han puesto a ese país en un auténtico predicamento. Y no se ve cómo pueda salir de ese rincón en que lo han colocado sus irresponsables políticos. Todos: legítimos y usurpadores, oficialistas y de Oposición.