Que un orate llegue a un lugar público y empiece a disparar a tontas y locas no es un suceso, digamos, muy raro en los Estados Unidos. Ello por dos razones: por un lado, la profunda alienación que afecta a muchos de sus ciudadanos, sin paz de espíritu ni sosiego, sumergidos en una sociedad materialista y competitiva; y por otro, la facilidad que se tiene para disponer de armas de fuego de todo tipo, incluidas las automáticas de asalto, las que arrojan chorros de balas sin necesidad de apuntar siquiera.
Pero lo ocurrido hace unos días en Fort Hood, Texas, la mayor base militar en territorio norteamericano, constituye un acontecimiento singular. Y ello por varios motivos.
Primero que nada, por el lugar: dentro de una base militar norteamericana uno supondría que existirían vigorosas medidas de seguridad. Claro que es natural que en un lugar de ese tipo circulen numerosas personas armadas. Pero aún así...
En segundo lugar, el perpetrador del atentado era nada menos que un psiquiatra militar, que evaluaba la salud mental de los soldados. Si ésos son los que curan, ¿cómo estarán los enfermos? Ahora sí que la Iglesia en manos de Lutero.
En tercer lugar el psiquiatra, Nidal Hassan, es musulmán. Y al parecer estaba descontento porque lo iban a enviar a Afganistán, en la línea del frente de una guerra que, para mucha gente de aquellas partes (y de otras) es una pugna entre el occidente cristiano y el Islam. Según algunas versiones, al empezar a disparar Hassan lanzó el grito de guerra de los Mujahedines, "¡Dios es grande!" Así pues, se sospecha que Hassan fue motivado por ideas integristas islámicas... que pasaron sin ser detectadas por sus superiores.
Aunque esto no tuvo por qué haber sido así. Desde el año pasado la Inteligencia estadounidense había detectado que Hassan estaba en contacto con un clérigo musulmán, Anwar Al-Aulaqui, a quien se considera un apoyador e incluso reclutador de Al Qaeda. Que un militar tenga ese tipo de corresponsales debía haber hecho sonar señales de alarma. Pero, para variar y no perder la costumbre, no ocurrió nada.
Así pues, la masacre de Fort Hood deja muchas interrogantes sobre los filtros y medidas de seguridad que aplica la milicia de Estados Unidos a su personal. Pone en un predicamento a la minoría musulmana en las Fuerzas Armadas, que ahora será vista con suspicacia. Y comprueba de nuevo el viejo dicho: que la Inteligencia militar es a la inteligencia, lo que la música militar es a la música: mucho ruido y poco contenido.