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El (famoso) precio de la fama

EL COMENTARIO DE HOY

FRANCISCO AMPARÁN

En este mundo sin valores sólidos, en los que cualquier analfabeta se convierte en "ídolo popular", y la autoridad judicial persigue más encarnizadamente a quienes le deformaron el trasero a Alejandra Guzmán que a los responsables de la muerte por fuego de docenas de niños, mucha gente se va en la finta de que lo más importante, lo que le da valor a la vida, es ser famoso. Cuál sea el motivo de la fama, parece no importar. El chiste es que mucha gente sepa de la existencia de un pobre diablo que, de no ser por los medios, permanecería en el anonimato per sécula seculorum. Amén.

Y ello, a pesar de que resultan evidentes las consecuencias negativas de una fama rápida e inmerecida. Ahí tienen el ejemplo de Rafael Acosta, el inefable Juanito, quien perdió la cabeza cuando la notoriedad se le fue ahí. Tanto así que empezó a hablar en tercera persona de sí mismo, como si el personaje mediático fuera uno y él, el ignorante golpeador y primitivo, fuera otro. La fama puede llegar a crear ese tipo de esquizofrenia. Y no, no me las doy de psiquiatra a control remoto, como Clara Brugada, como para afirmar que Juanito sufre de retraso mental. De hecho, ésa parece la condición de buena parte de nuestra clase política, en la izquierda, la derecha y el centro-poniente.

Pero aparte de marear por treparse a un ladrillo, la fama puede traer otras consecuencias inesperadas. Díganlo si no dos casos recientes.

Uno de ellos, precisamente, tiene que ver con los desvaríos de Juanito. A la hora que el lamentable cómico de carpa (involuntario primero, luego profesional) regresó como delegado, traía como asesora e intelectual orgánica (¡!) a una señora que había trabajado como mando medio en una administración ¡panista! Una tal Alejandra Núñez, a quien de hecho pretendió ungir como su sucesora. La dama siempre había tenido una trayectoria oscura y alejada de los reflectores... hasta que empezó a cilindrear al de la banda tricolor (en la cabeza). Nunca lo hubiera hecho: rápidamente la Contraloría del DF hizo notar que al dejar su anterior chamba no había hecho su declaración de bienes... lo que podría acarrearle líos judiciales. Apuesto doble contra sencillo que nadie se hubiera dado cuenta del detalle, de no haber aparecido en las fotos con tan pintoresco personaje.

Otros que están pagando caro el precio de la fama son los Salahi. Ese matrimonio saltó a los primeros planos de la fama por haberse colado a una cena de Estado ofrecida en los jardines de la Casa Blanca por Barack Obama. Ello puso en un predicamento a los miembros del Servicio Secreto, que quedaron como unos chambones. Pero también expuso a los Salahi al escrutinio público... y salieron algunos trapitos al sol nada halagadores. Resulta que le deben dinero a medio mundo, que sus organismos de caridad no están registrados y que el evento social y deportivo que pretendían auspiciar tiene más manchas que un leopardo... nada de lo cual sería conocido hasta por un (nada) humilde comentarista del Bolsón de Mapimí, de no haber querido ser famosos. Sí, los dioses pierden a los mortales concediéndole sus deseos.

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