Cuando me enfrento a los nuevos y desconocidos artefactos de tecnología digital y de comunicaciones, normalmente lo que me pasa es que me siento frustrada. Cada día salen al mercado nuevos aparatos de uso cotidiano: teléfonos celulares, cámaras digitales, agendas, videojuegos, programas de software que bajas de la red y con ellos se puede grabar tu música predilecta, o hacer tus propios videos o con los que te puedes comunicar al mismo tiempo con cientos de personas. Tantos y de tan variadas marcas que no logro darles alcance. Al contrario, a veces me siento abrumada ante esa ola de tecnología.
Sobre todo, pienso en las personas de mi generación que no crecimos con el mundo digital. Me pregunto si mis abuelos alguna vez se sintieron frustrados ante el invento del teléfono o el de la televisión. Claro está, también me admiran tantos avances en la ciencia y en la tecnología, pero al mismo tiempo es tal la rapidez que termino por sentirme abrumada.
Hace apenas veinte años, en 1989 nace lo que hoy nos parece tan familiar la triple w. O lo que es lo mismo la red. Cinco años después, en 1994 nació Amazon y comenzamos a comprar libros en línea. Hoy todo se puede comprar por la Internet.
En 1998 dos jóvenes investigadores de la Universidad de Stanford crean Google, ese espacio virtual donde se puede encontrar información de cualquier tema o asunto que se nos ocurra. Y de Google siguió Google News y Google Earth y quedé absorta, la primera vez que vi todo el mundo y navegué por cada país y fui a cada ciudad y bajé hasta pasear por el río Sena en París o pude ver, desde el universo digital dónde está el lugar donde vivo.
En todos estos años comenzamos a comunicarnos por correo electrónico y los mensajes llevados y traídos por un señor en su bicicleta comenzaron a escasear. El oficio de cartero es cosa del pasado. Las comunicaciones entre los enamorados o los miembros de una familia, amigos, negociantes, gobiernos, todo, es ahora por la red digital. En estos últimos meses quien no está en Facebook y no se comunica por esta vía no está actualizado o es de otro mundo. Sobre todo los jóvenes que pueden tener miles y miles de "amigos" y saber en cada segundo del día qué está haciendo cada persona, dónde andas o con quién platicas y de qué.
Los jóvenes viven ahora sumergidos entre imágenes, sonidos, textos, en ese universo que entra en cada casa como un pulpo. Viven navegando, conectados a todos los niveles, con todos sus sentidos y seguramente eso les está modificando las conductas y los hábitos.
Ahora ya no hay celulares que solamente funcionen como teléfono. Si uno no trae el último celular que recién salió al mercado, por el que además de hablar puedes escuchar la música que previamente has elegido y bajado de la red, puedes tomar fotografías y enviarlas en el momento a quien quieras, o puedes entrar a la Internet y consultar una enciclopedia entera o hacer tus pagos en el banco o comprar lo que quieras, estás out.
Todo en el mismo celular. Asombroso. Pero lo frustrante, cuando apenas le ando aprendiendo ya salió uno nuevo. Ni hablar, no le doy alcance.
La sociedad se ha pantallizado: televisión, teléfonos celulares, computadoras, videojuegos, cámaras fotográficas. Todo se vuelve pantalla.
Sin embargo, una de las cosas que más me asombran es la digitalización de bibliotecas enteras. Las bibliotecas como las conocemos quizá pronto dejarán de existir, serán cosa del pasado. Imagina lector, tener todas las obras publicadas durante todo el tiempo, desde que Gutenberg inventó la imprenta, todas al alcance de tu mano en el espacio de una pantalla de computadora.
Nuestra generación aprendió a leer linealmente, de izquierda a derecha y de arriba hacia abajo. En un libro solamente con letras y palabras y en negro normalmente. Hoy en día a través de la digitalización de los libros, uno lee en una pantalla, con sonidos, con imágenes y color, inmerso en otras sensaciones. Pero leer en una pantalla no es lo mismo que leer en papel. La relación libro-lector cambia.
Umberto Eco, filósofo italiano y muchos pensadores como él están preocupados por la muerte del libro. ¿Podrá coexistir el libro digital con el tradicional? ¿O se arrumbarán los libros? Se preguntan.
Uno entra a la Internet y desde tu casa puedes visitar miles de bibliotecas sin muros, y leer documentos que tal vez sólo encontrarías en alguna biblioteca muy especializada, como una epístola de Cristóbal Colón de 1493, escrita en español y donde Colón anunciaba sus descubrimientos.
Seguramente la carta está en los libros relativos a este suceso, pero tú la puedes ver en tu propia casa. O ver fotografías de cualquier tema que se te ocurra.
Una de las ventajas de las bibliotecas digitales es la divulgación a bajo costo. Ya no se necesita tinta, ni impresión del libro. Sólo se sube a la red y ya está. Antes de la invención de la imprenta, los libros sólo eran leídos por una élite educada, luego vino la construcción de las catedrales medievales que eran como lecciones. Cuando la imprenta se inventó la lectura se masificó. Ya en el siglo XX llegó la televisión y el cine y con ellos las imágenes. Y luego la red.
¿En qué va a acabar todo esto? ¿Cómo me enfrento a la tecnología? A veces siento miedo pensando en que la tecnología puede destruir lo valioso. Tenemos que pensar en hacer un uso eficaz de las nuevas tecnologías sin satanizar.