El culto a la personalidad, al que somos tan proclives en esta sociedad, nos hace esperar las soluciones a los problemas provenientes de un solo individuo. No importa el grado de descomposición social en el que nos podamos desenvolver o cuánto aportemos a la corrupción e impunidad reinantes, el caso es que "alguien", impoluto y capaz, venga a redimir las culpas ajenas.
El rito sexenal convierte a la sucesión presidencial en la espera de un mesías, ajeno a nuestra imperfecta realidad, dispuesto a demostrar que él sí sabe todas las respuestas y camina, erguido y triunfal, por encima del defecto y la ignorancia.
Pero, ¡ay dolor!, al no existir ser humano con esas características y no haber el compromiso social de cambiar el estado de las cosas a partir de uno mismo, la decepción aparece muy pronto y con el resentimiento propio de quien mucho espera, solemos decir: "nos falló".
En el futbol ocurre algo semejante; en lugar de planificar los equipos a mediano y largo plazo, incluyendo a la Selección Nacional, se privilegia a uno o dos actores sobre cuyos hombros descansa la gran esperanza.
Recuerdo, como botón de muestra de esta aspiración a encontrar la guía y la salvación, cuando en 1970, previo al Mundial en nuestro país, recibimos la noticia de que Alberto Onofre, mediocampista del Guadalajara, había sido fracturado a sólo unos días de que se inaugurara el evento.
¡Cuánta frustración colectiva produjo el saber que no contaríamos con el mejor futbolista de su generación! Obviamente, al ser eliminado el Tricolor ante Italia, la afición se volcó a opinar que "otra cosa hubiera sido con Onofre", olvidando que este deporte es, fundamentalmente, colectivo.
A Hugo Sánchez le tocó también cargar con esta responsabilidad unipersonal, y en los tiempos que corren, Rafael Márquez es señalado como aquel que desde la inmaculada perfección debe asumir las riendas del equipo para llevarlo, diría Ernesto "Ché" Guevara, "hasta la victoria siempre". Esta histérica búsqueda del "ungido" ha sobredimensionado el papel del entrenador en este deporte. Así, se habla del equipo de Bora, la selección de Hugo, el Tricolor de Aguirre, los pupilos de Mejía Barón, las huestes del "Ojitos" Meza, los muchachos de La Volpe, la tropa de Lapuente o los convocados por Sven Goran Erikkson.
Ahora los Tigres buscan, al repatriar a Omar Bravo, encontrar la solución a todos sus males que, por cierto, son muchos. Sinceramente dudo, por ser prácticamente imposible, que un solo jugador pueda cambiar lo que estructuralmente es un desastre, pero, qué caray, para eso es el billete, y la afición de los felinos ha dado muestra que, como buenos mexicanos, aguantan un piano.
Ojalá que por el bien de Tigres y del combinado nacional, este mesías deportivo no salga crucificado.