"Todos los hombres libres, dondequiera que vivan, son ciudadanos de Berlín. Por eso yo, como hombre
Libre, me enorgullezco de las
Palabras: Soy un berlinés."
John F. Kennedy, 1961
Los grandes momentos históricos suelen registrarse sin expectativas de grandeza. El 9 de noviembre de 1989, ante un confuso anuncio de que se abrirían los pasos de Berlín oriental a Berlín occidental, miles de berlineses, principalmente jóvenes, se agolparon ante los puntos de cruce y empezaron a avanzar. Los guardias, que carecían de órdenes, no supieron si disparar a matar, como lo habían hecho tantas veces, o dejarlos pasar. Finalmente permitieron que cruzaran. Al otro lado fueron recibidos con festejos por los berlineses del oeste y regresaron horas después a sus hogares en Berlín oriental. El gobierno de Alemania oriental liberó formalmente el tránsito con Alemania occidental unos días después.
La libertad de cruce significó el fin del régimen comunista de Alemania oriental. El 3 de octubre de 1990 se proclamó la reunificación de Alemania bajo el gobierno germanooccidental. El muro alrededor de Berlín occidental, que había sido el símbolo de la dictadura comunista, fue destruido en su mayor parte. Para fines de 1991 se había desplomado también la Unión Soviética y la mayoría de los regímenes comunistas de Europa oriental.
Esta revolución fue sorprendentemente pacífica, pero la integración de los ciudadanos de la antigua Alemania oriental a un sistema capitalista no resultó fácil ni barata. Aun hoy, después de que el gobierno alemán ha gastado miles de millones de euros en subsidios, los habitantes de la vieja Alemania oriental siguen siendo más pobres que los de la parte occidental. El daño provocado por el comunismo ha demostrado ser muy persistente.
El viejo partido comunista, llamado Partido de la Unidad Socialista, cambió su nombre por el de Partido del Socialismo Democrático y sobrevive actualmente en el partido conocido como La Izquierda (Die Linke). Es como si el partido nazi hubiera sobrevivido a la desaparición del régimen de Adolf Hitler. Muchos alemanes, particularmente de mayor edad, recuerdan el viejo régimen comunista con nostalgia, aunque la mayoría se ha adaptado a la vida en una sociedad libre.
Francis Fukuyama, el filósofo político estadounidense, afirmó en su libro The End of History and the Last Man (1992; El fin de la historia y el último hombre) que la caída del muro de Berlín marcaba el fin de las controversias ideológicas de la historia y el triunfo definitivo del liberalismo democrático. La realidad, sin embargo, es siempre más compleja. Si bien sólo sobreviven dos de los viejos regímenes comunistas, en Cuba y Corea del Norte, en Latinoamérica el presidente venezolano Hugo Chávez ha utilizado sus petrodólares para financiar un nuevo movimiento comunista, que llama "socialismo del siglo XXI", en distintos países de la región.
La caída del muro de Berlín, estoy convencido, no es el final de la historia sino simplemente el final de una historia. El comunismo no podía sobrevivir en Alemania oriental por la cercanía física y lingüística con uno de los países capitalistas más exitosos del mundo. Otras naciones del viejo régimen comunista que no contaron con los subsidios alemanes para la transición han recaído en regímenes autoritarios.
La tentación de restringir las libertades para generar sociedades supuestamente igualitarias no ha desaparecido. Latinoamérica es hoy el escenario de construcción de estas utopías. Quienes las promueven afirman que la sociedad capitalista es imperfecta. Y sin duda lo es. Pero como señalaba el español Manuel Azaña: "La libertad no hace felices a los hombres. Los hace, simplemente, hombres."
Seis homosexuales han sido condenados a entre dos y tres años de cárcel en Cuba por la Ley de Peligrosidad Predelictiva. Este ordenamiento, que los cubanos llaman Peligro, castiga a los cubanos no por los delitos que hayan cometido sino por los que pudieran cometer.