Lo que pasa es que algunos no tienen pelos en la lengua, que suele decirse de quien se atreve a decir las cosas como son en la realidad, sin adornos ni eufemismos. La verdad es que las personas mencionadas en las columnas de los diarios impresos de la Ciudad de México deberían contener sus ansias de echarse al bolsillo dineros que no se les destinaba a ellos, diríase que no lo necesitan si no es porque la codicia les nubla el entendimiento habiendo perdido, si es que alguna ves lo tuvieron, el sentido de solidaridad con las clases sociales más necesitadas. No es posible que un sinnúmero de personas ricas reciban subsidios sin siquiera sonrojarse, puesto que eran para que los productores más pobres mejoraran su calidad de vida. El campo, los campesinos, viven en la peor crisis que jamás nadie hubiera podido imaginar. No sé en qué estarían pensando los favorecidos por los subsidios públicos, los propietarios más pudientes del medio rural, cuando aceptaron aprovecharse de la laxitud oficial para embolsarse créditos que estaban destinados a mexicanos que han sufrido las carencias que traen consigo la miseria y la negación de mejores oportunidades de vida.
Los responsables de esta desigualdad son aquellos que disfrutan de los beneficios dirigidos a sectores, los más débiles, sin tener el derecho como no sea el de la rapiña y el abuso que tanto han dañado a este país. Ello ha propiciado, entre otras causas, una alarmante concentración de la riqueza mexicana en cada vez menor número de manos. Procampo, no se olvide, fue creado para que los productores más pobres mejoraran su calidad de vida. ¿Y qué es lo que ha pasado? que, como siempre, los influyentes se quedan con los beneficios, creando expectativas de mejoría que nunca se cumplieron. Durante 15 años el programa ha dado lugar al saqueo más asqueroso que mentes criminales hubieran podido inventar. Parecería que la consigna fuera acabar con todo vestigio de los movimientos sociales que hablaban de tierra y libertad. A nadie le es desconocido que quienes más han recibido dinero público, por concepto de ayuda, son gobernadores y diputados en activo o de administraciones pasadas, funcionarios federales, grandes empresarios, líderes de organizaciones campesinas y familiares ¡uff! de gente fuera de la Ley.
Lo que resulta escandaloso es que la derivación hacia los poderosos haya dado al traste con la intención, por ejemplo, de sembrar maíz en 1.9 millones de hectáreas, pues la mitad de los beneficiarios, auténticos campesinos, se vieron obligados a emplear el dinero de Procampo para ¡comer! Las autoridades encargadas de vigilar la aplicación de los fondos destinados al campo, permitió con su desentendimiento, la desviación de recursos al clientelismo político y por supuesto, a la corrupción que ha producido la más larga de las penurias en el sector campesino. Hay un padrón que causa escalofríos, pues en sus listas aparecen los hermanos de un ex presidente, varios gobernadores y ex gobernadores. Están felices de poder disfrutar de un programa de Gobierno, originalmente elaborado para proteger a las clases marginadas, sin que nadie se moleste en pedirles cuentas. Hasta parecería que todo fue hecho con el propósito de ayudar a los agroindustriales pero en realidad nos indica que es para mantener al campesino sumido en la pobreza.
La palabra subsidio lo dice todo, dado que se define como el socorro, ayuda o auxilio extraordinario de carácter económico. Lo peor de todo es que los fondos se usaron para reagrupar una base electoral frente a tiempos políticos que se preveían de gran competencia sobre todo en los ámbitos urbanos. La ausencia de una difusión clara y precisa de los programas públicos, ha dado lugar a que se deriven los fondos hacia otras manos diferentes a las que se pensó originalmente. Hace unas semanas a consecuencia de un incendio en una bodega se destapó una cloaca en la que familias influyentes aparecieron como beneficiarias de la instalación de guarderías. Igual ahora cuando se pone al descubierto que quienes han recibido el apoyo de recursos no son agricultores carentes de recursos económicos sino políticos dedicados a la agroindustria que cuentan con enormes ingresos, que no tienen excusa para gozar de un subsidio que no les corresponde. Procampo, duele decirlo, ha sido un programa, en los 15 años que lleva de vida, de subsidio público que se desvió a los productores mexicanos más ricos del país. Alrededor de 80 mil millones de los 171 repartidos durante tres lustros fueron entregados al 10 por ciento de los propietarios más pudientes del medio rural. En fin, qué vergüenza, qué pena, qué dolor, estamos en el país de los audaces.