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El poder de los símbolos

EL COMENTARIO DE HOY

La llegada de un mulato a la Casa Blanca no resultó solamente un hito histórico: sino que, por su simbolismo, ha tenido un impacto mucho mayor de lo que indicarían los meros hechos objetivos. Efectivamente, hay sucesos que poseen una fuerza desproporcionada no por el hecho en sí, sino por la carga simbólica que traen consigo.

Así, la elección de Obama no sólo representó que hubiera un nuevo presidente norteamericano por cuadragésima segunda vez. Sino que, para la población negra de Estados Unidos (y las minorías de todo el mundo) significó una luz de esperanza, el inicio de una nueva era, y la percepción de que las cosas pueden, en efecto, cambiar. Además de que les quitó a los niños negros una excusa para no estudiar y pasarse las horas tirando canastas, con el argumento de que así conseguirían mejor chamba.

De manera parecida, la reciente elección del primer alcalde de origen afroamericano en el pueblo de Philadelphia, Mississippi, tiene una importante carga simbólica. No por su población, que no alcanza los 7,300 habitantes. Ni por su empuje económico, que parece es similar al de Ciudad Lerdo (o sea nulo). Sino por el peso de su pasado.

Quizá el amable lector recuerde una película de Allan Parker de hace unos veinte años, "Mississippi en llamas", con Gene Hackman y Willem Dafoe en los papeles estelares. Para quienes no la vieron, ahí les va: en 1964, en plena efervescencia de la lucha por los derechos civiles de los negros, un trío de voluntarios que andaban empadronando gente de color desaparece en el estado de Mississippi. El FBI entra al quite, y se descubre que los tres (dos blancos y un negro) fueron victimados por el Ku Klux Klan por andarle metiendo en la cabeza a los morenazos la idea de que podían votar. A fin de cuentas se hace algo de justicia; pero a lo largo de la película vemos el terrible ambiente existente en un pueblo rural del Profundo Sur, debido a las tensiones entre comunidades divididas y amargadas por la cuestión racial.

Pues bien: mucho de lo que se cuenta en la película fue real. Y el pueblo en cuestión, ya lo adivinaron, es Philadelphia, Mississippi. El cual ha pasado varias décadas tratando de lavar la imagen dejada por aquellos crímenes y el mal sabor de boca que produce la película. Pero resultaba difícil lograrlo, dado que tenía un récord aparentemente no muy democrático: todos sus alcaldes habían sido blancos.

Lo cual era natural: el 57% de los ciudadanos del pueblo son caucásicos, contra sólo el 40% de negros. Pero la estadística, de más está decirlo, sonaba mal.

Pero ya no más: la semana pasada James A. Young, un pastor negro, ganó las elecciones primarias de los demócratas locales. Dado que no habrá candidato republicano, el señor Young será el primer alcalde de color de un pueblo que simbolizaba el racismo y la intolerancia. Como diría Bob Dylan, los tiempos están cambiando.

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