Filipinas es uno de esos países que presentan múltiples fracturas debido a diferencias étnicas, lingüísticas, regionales y religiosas. Y en ninguna parte de ese extenso archipiélago queda ello más de manifiesto que en la sureña isla de Mindanao.
Esa isla es la frontera y puente entre el mundo católico (la religión predominante en las Filipinas) y el mundo islámico, representado por el país con más musulmanes del mundo, Indonesia. Esa condición ha hecho de Mindanao un lugar muy violento. Células islamistas asociadas con Al Qaeda han estado activas durante la última década. Pero las pugnas interreligiosas no son el único prietito en el arroz en esa isla.
También existe, desde hace décadas, una guerrilla comunista que les ha sacado canas verdes a muy distintos gobiernos nacionales. Aunque la futilidad de sus esfuerzos resulta evidente, los guerrilleros no parecen estar más cerca de darse por vencidos que hace treinta años. Hay gente terca, la verdad.
Pero además hay en Mindanao, más precisamente en la región de Maguindanao, una pugna entre familias, entre clanes, que esta semana tuvo una evolución trágica, y llamó la atención mundial sobre lo que ocurre en aquella isla.
Resulta que la política y economía locales están regidas, desde hace tiempo, por dos poderosas familias, los Ampatuan y los Mangudadatu. Los primeros han controlado el Gobierno autónomo provincial desde hace tiempo. Y los segundos pretendían disputárselo en las elecciones locales a celebrarse en mayo. Para ello se iba a postular Esmael Mangudadatu.
Pero éste recibió advertencias por parte de los Ampatuan de que ni se le ocurriera pararse a presentar la papelería en la junta electoral local. Que su vida corría peligro. Por ello, Mangudadatu decidió enviar a su esposa y hermanas para realizar el trámite. Y avisó de ello a todos los medios locales y nacionales. Supuso que sus rivales no se atreverían a tocar a unas mujeres indefensas, y menos frente a la prensa.
Craso error. Cuando la caravana de partidarios y periodistas se dirigía a la junta electoral, fue interceptada por un centenar de hombres armados, que todo el mundo supone parte del ejército privado de los Ampatuan. Éstos secuestraron a una buena parte de la caravana, se los llevaron al monte y los ejecutaron. Hubo más de cuarenta muertos. Algunos cadáveres fueron decapitados. Entre los asesinados había unos 20 periodistas y las mujeres parientes de Mangudadatu. O sea que a su rival le importó muy poco la caballerosidad y la posible exposición de los medios.
El Gobierno nacional decretó el estado de emergencia y prometió que iba a castigar la masacre. Algunos lo dudan: los Ampatuan son los principales aliados en la región de la presidenta Gloria Macapagal. Ésta será una prueba importante para que ella demuestre que el sistema de compadrazgos y conexiones que ha aceitado la política filipina durante generaciones, puede cambiar. A ver qué pasa.