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'El Porvenir'

El Filósofo de Guémez

RAMÓN DURÓN RUIZ

En todos nuestros pueblos y grandes ciudades hay "centros del saber" -así le llamamos en Güémez a las cantinas- muy representativos, lugares en los cuales se sirven bebidas que llegan hasta lo más íntimo de nuestras entrañas, para que de nuestro cuerpo brote el alma llena de alegría.

Nuestros generosos "centros del saber", histórica y auténtica tradición cultural, han pasado de ser un lugar de peligro, archivo de vicios, a un terreno de servicio y buenos tratos; espacio donde no sólo se escucha música, se ve la tele o circulan las bebidas, son también zona propicia para saciar la sed de diálogo, de acuerdo, de amistad y reflexión; lugar en el que florece la más rica camaradería humana, es decir, un sitio donde se unen amistad y recuerdos en el uso, y a veces abuso, de la potestad individual.

Pues es en esos atractivos reductos que son las cantinas, es en donde precisamente aprendo muchas cosas de las que aquí le platico; ¿cuántas canciones no escribió el inolvidable José Alfredo? o ¿cuántas vidas no se han compuesto desde sus entrañas? Ahí se dicen y se escuchan palabras altisonantes, tan vivas y violentas como los cientos de historias que se cuentan, llenas todas del vital ingenio ciudadano; ahí se abreva de manera directa la savia de vida que a raudales corre por nuestra cultura popular.

En las cantinas de hoy, que en su generalidad son un espacio fascinante para la fraternidad, para la más generosa construcción de afectos y de interacción humana, se conjuga el buen beber, el mejor saber, con una sobredosis de bien vivir. Ahí la vida transcurre entre el barullo y la alegría marcada por las decenas de bromas -que como juegos malabares se lanzan entre los parroquianos-, la nostalgia de los momentos idos, las bebidas espirituosas y la más exquisita gastronomía regional.

Todos sabemos que el éxito de una cantina tiene mucho qué ver con el trato del cantinero, que debe ser abogado, analista político, sacerdote, psicólogo, asesor financiero, entrenador polideportivo (debe saber de box, béisbol, fútbol, básquetbol, fútbol americano, ¡ahhhh!, y debe ser imparcial) y, además, darse el tiempo para atender bien a los parroquianos.

Bueno, pues en el Sur de mi tierra, en el meritito Tampico, hay una cantina que ha hecho historia con su encanto particular, por cuatro razones: la primera, por el trato amable que dan la señora María del Rosario, su esposo y su hijo (Ángel Rafael ambos); la segunda, porque propietarios y meseros desempeñan atingentemente la profesión que requiera el cliente; la tercera porque tiene la colección más completa en la región de cervezas de todo el mundo y, la cuarta, porque ofrece una gastronomía sin igual -"como para chuparse los dedos"-, digna de la más alta cocina internacional, que va desde la Jaiba a la Frank, El Arrecife (tenazas de jaiba), el Mercedes Benz, la torta mixta con angulas, camarones con flor de calabaza, filete de negrilla con camarón al pimiento verde, etc., para rematar con un exquisito postre.

Se cuenta en la región que don Gumercindo Meléndez estaba en la puerta abatible de madera de "El Porvenir" -cantina fundada en 1923, en sus inicios como tienda de abarrotes-, viendo pasar un cortejo fúnebre que iba con destino al Panteón Municipal (lugar que desde principios del siglo XX concentra la historia de Tampico porque ahí reposan, desde los restos del general don José de las Piedras, Isauro Alfaro Otero, Seraio Venegas, "El Pichi" San Pedro hasta José Calderón Torres, el famoso "Pepito el Terrestre", entre otros), ubicado precisamente frente a la cantina, sabiamente sentenció: '¡Aquí se está mejor que enfrente!'.

Inteligente frase inscrita en el frontispicio del ahora restaurant "El Porvenir". Pues resulta que cuando falleció don Felipe Sánchez, "La Carreta", viejo y querido trabajador sepulturero del panteón y cliente asiduo de "El Porvenir", sus amigos y compañeros, basados en la camaradería, amistad y bromas que tenían con don Felipe, colocaron un epitafio en su tumba que a la letra decía: 'Aquí está, por haber estado enfrente'. La voz popular hizo suyo y generalizó ese pícaro, sabio y penetrante epitafio, pintando en la barda del camposanto: '¡Aquí están, los que estuvieron enfrente!'.

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