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El principio... del final

RENÉ DELGADO

 A Tres años del arranque de la administración, estamos al principio... al menos y no sin contradicciones, el discurso presidencial sugiere eso: lo hecho, lo no hecho y lo deshecho no cuenta, vamos a empezar de nuevo.

Así, si el 2 de septiembre se planteó un decálogo de cambios que sepultó el paquete económico del año entrante, la pieza oratoria del 20 de noviembre insiste en asumir el costo de los cambios que el país requiere, implorando realizarlos por la vía pacífica.

Entre esos discursos hay arrebatos y reclamos formulados en tono de desesperación, y llama la atención que la idea de recomponer las cosas venga justamente cuando múltiples reveses golpean y hunden a la administración.

Ahora está por verse qué dirá mañana el presidente Felipe Calderón cuando, a pesar del deseo, el calendario inexorablemente marque el principio... del final de su gestión.

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Los tres primeros años de la gestión presidencial llevan por sello el de la incertidumbre política que, en su expresión, califica de mal en peor el desarrollo de ésta.

Si aun antes del arranque del sexenio la duda estaba en si Felipe Calderón asumiría su mandato y se llegó a hablar de un posible e inquietante interinato, luego vino otra oleada de críticas cuestionando la capacidad de gobernar. El dicho de Alejandro Martí -"si no pueden, renuncien"- retumbó muy fuerte y, entonces, se habló de la revocación del mandato. Este año la incertidumbre creció, centró su duda en si México era o no un Estado fallido, un Gobierno fallido o una democracia defectuosa. Y, ahora, es cada vez más frecuente escuchar el vaticinio del estallido social que, como tal, no depara nada bueno.

Si entre incertidumbres de ese calibre corrió el primer trienio, el segundo semestre de este año una variada colección de reveses acumulados por la administración, de pronto, perfila su debacle.

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Julio arrojó un saldo electoral terrible para la administración. El revés en la escala federal fue mayúsculo: Acción Nacional pasó de 206 a 143 diputados; y, si bien esa fuerza hizo suya la gubernatura de Sonora, perdió los gobiernos de San Luis Potosí, Querétaro y, tiempo atrás, el de Yucatán. Significativo también resultó a donde fueron a dar esas posiciones: el PRI más que duplicó su número de diputados, recuperó aquellas tres entidades y, sobre todo, hizo suyas plazas y congresos importantes.

Vino, entonces, el relevo en la dirección de Acción Nacional. Germán Martínez, un operador de las confianzas del jefe del Ejecutivo, entregó las riendas del partido a César Nava que, sin contar con la confianza que disfrutó en Los Pinos, ocupó la presidencia del partido y, hasta ahora, han destacado más por sus errores que por sus aciertos.

El discurso presidencial pronunciado con motivo del Informe de Gobierno asombró tanto por lo osado como por lo bien estructurado, pero, a la vuelta de los días, quedó claro que aquella pieza oratoria no era más que eso. Carecía de fuerza, organización e inteligencia para llevarlo a la práctica. Ahí vino otro revés, éste de índole administrativa, la desaparición de las secretarías de Turismo, Función Pública y Reforma Agraria quedó en un propósito frustrado.

Luego, vino el desmoronamiento del paquete económico propuesto por el Gobierno que, aparte de contradecir al decálogo, dejó claro que el mango del sartén de las finanzas públicas no está ya en Los Pinos. Ese revés puso en duda la validez de las alianzas del Gobierno con actores y factores de poder, donde todavía se fincaban algunos pilares de la administración. Lo peor fue el ir y venir, la marcha y la contramarcha en supuestas decisiones y actitudes adoptadas por el Gobierno: ni se defendió a los pobres como supuestamente se quería, ni se confrontó a los grandes evasores fiscales como se denunció. Orden y contraorden, dejó ver el tamaño del desorden.

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Por esos mismos días y teniendo por protagonista a un panista, se puso de manifiesto el fracaso de la estrategia contra el crimen organizado.

La osadía y bravuconería del alcalde Mauricio Fernández, apartándose de lleno del Estado de Derecho para combatir al crimen, abrió la puerta a fórmulas fascistas para imponer el orden. De ahí que, ahora, el mandatario critique a quienes pretenden encarar al crimen desde la ilegalidad, a quienes se hacen de la vista gorda ante él y a quienes proponen pactar con él. Critica a todos, sin hacer la autocrítica de una estrategia que no da más de sí y sin reconocer que la sola persecución policial del crimen no se traduce en la paz, la seguridad, el bienestar y la legalidad imprescindibles en un auténtico Estado de Derecho.

Y, en el colmo de los reveses acumulados durante este semestre, se suman la baja de la calificación por parte de la consultora Fitch y la resolución de la Suprema Corte señalándole al Ejecutivo el límite de sus facultades en el campo de las telecomunicaciones.

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Ese primer trienio ha dejado, por lo demás, un alto consumo de cuadros políticos y administrativos, siendo que ni el partido ni el Gobierno muestran capacidad para generar otros.

Tres secretarios de Gobernación, dos secretarios de Desarrollo Social, dos secretarios de Economía, dos secretarios de la Función Pública, dos secretarios de Educación, dos secretarios de Comunicaciones, dos secretarios de Agricultura, dos procuradores, dos directores del IMSS, dos directores de Pemex, dos secretarios particulares del mandatario, tres jefes de la oficina presidencial y tres dirigentes partidistas. Casi medio Gabinete ha sido removido y, aun así, no se ve a qué hora se integra el Gobierno.

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A tres años de distancia, la administración no se constituye aún en Gobierno. A pesar de ello, el discurso presidencial sugiere que lo hecho, lo no hecho y lo deshecho no cuenta y, en la ilusión, propone un variado menú de cambios estructurales sin fijar siquiera agenda, prioridad, ritmo y calendario.

Viene ahora la conmemoración -no puede ser celebración- del tercer año de la gestión. Ojalá se reconozca que es el principio... pero del final de la administración y, por una vez, más allá de los buenos deseos, se reconozca la gravedad de la circunstancia nacional.

Tres años es mucho tiempo para no hacer nada y muy poco para hacer todo. Está por verse si mañana se dejará de lado la escenografía faraónica, las pantallas de cristal líquido, los giros y los malabarismos del orador en busca de auditorio y se definen dos o tres cosas que, sin nada qué perder, se podrían realizar si hay conciencia, autocrítica y humildad.

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