EDITORIAL Caricatura editorial columnas editorial

El problema del fraude

Los días, los hombres, las ideas

FRANCISCO JOSÉ AMPARÁN

Durante varios meses de 1909 y la mitad de 1910, don Panchito Madero anduvo de la Ceca a la Meca, recorriendo el país en la primera campaña electoral digna de ese nombre en nuestra historia. Pese a su esmirriada estatura, a que nunca había desempeñado puesto público alguno y a que (algo rarísimo en aquellas épocas) andaba cargando para todos lados con su esposa doña Sara como si fuera el pescado de la Emulsión de Scott, Madero concitó numerosas adhesiones a su candidatura presidencial. En parte porque el público se topaba por primera vez con un político sincero; en parte porque la naciente clase media urbana veía en él oportunidades que Díaz no les había dado; y en parte por el despecho de quienes habían apoyado a Bernardo Reyes, para luego ver su candidatura desplomarse en llamas por la insidia de don Porfirio, el caso es que según numerosas crónicas, la campaña de Madero fue todo un éxito y movilizó multitudes. Tanto así, que Díaz lo mandó encarcelar y que le parara a su cuento. Madero pasó en prisión la jornada electoral.

En agosto de 1910, los mexicanos fueron a las urnas. El sistema electoral de aquellos entonces era indirecto, a través de un colegio electoral afín, (pero no igual) al de Estados Unidos. Los resultados oficiales fueron pasmosos: de 18,826 votos electorales para presidente, 18,825 habían sido para Díaz (98.93%) y únicamente 196 para Madero (1.04%). Lo cuál no se lo creyó nadie: si nada más con los Madero de Parras don Pancho hubiera sacado más votación. La conclusión era automática: el Gobierno de Díaz había operado un fraude tamaño mamut. Y la verdad es que se le había pasado la mano, dado que lo inaudito de las cifras no hacía sino confirmarlo. Madero alegó que las elecciones habían sido fraudulentas (lo cual era cierto), que él había ganado (lo cual nunca sabremos) y llamó al pueblo mexicano a la rebelión. Lo que siguió fue una orgía de muerte y destrucción que se da en llamar la Revolución Mexicana.

Ojo: Madero alegó que él había ganado no por que pudiera probarlo, sino por el tamaño del fraude, que así terminó siendo innegable. Quién sabe quién venció en las elecciones de 1910. A mí siempre me ha latido que las ganó Díaz, por la simple inercia de quienes se tomaban la molestia de votar. Pero el resultado quizá iba por ahí de 60-40 o 55-45

Casi veinte años después, en 1929, los principales candidatos eran un ingeniero y militar con el carisma de una torta de aguacate de hace una semana, Pascual Ortiz Rubio, factótum y capitoste del verdadero mandamás de este país, Plutarco Elías Calles; y José Vasconcelos, un apasionado intelectual que logró movilizar sobre todo a la juventud, la que no había pasado por los campos de batalla y creía en la civilidad. Los resultados oficiales (ya por elección directa) fueron: 1,947,848 votos para Ortiz (93.55%); y 110,979 para Vasconcelos (5.32%). De nuevo, el fraude parecía desmesurado. Para variar y no perder la costumbre, Vasconcelos llamó a los mexicanos a tomar las armas. Pero los mexicanos ya estaban hartos de levantamientos, asonadas y luchas intestinas, y lo dejaron chiflando en la loma

¿Ganó Vasconcelos en 1929? Quién sabe. Pero siempre pudo alegar que le habían jugado cubano. Ése es, precisamente, el problema del fraude electoral: el derrotado siempre dirá que fue el vencedor, pero que fue despojado de su triunfo

Algo semejante le ocurrió a Cuauhtémoc Cárdenas en 1988; alegó que la famosa "caída del sistema" le había arrebatado un triunfo legítimo. Que Cárdenas sólo obtuviera el 31.12% de la votación resulta muy improbable. Y que Carlos Salinas ganara con el 50.36% suena a que las cifras se ajustaron para que el PRI no pasara la vergüenza de que ni la mitad de los votantes había sufragado por el tricolor. Otra vez, ¿ganó Cárdenas? De nuevo, nunca lo sabremos. Probablemente no, pero de seguro sacó más votos de los que se le reconocieron. El caso es que siempre pudo decir que lo habían robado. El sistema priista nunca se recuperó del descrédito de 1988. Le salió más caro el caldo que las albóndigas.

En el año 2006, en la elección más reñida de nuestra historia, no encuentro un solo elemento para suponer que hubo fraude. De hecho, se volvió a contar voto por voto, casilla por casilla, en todas aquellas que fueron impugnadas por el Mesías Tropical, un 11% del total, una muestra estratosféricamente grande. Luego de recontar una de cada nueve urnas, los resultados no variaron

La conclusión es que los fraudes electorales suelen presentar problemas para quienes los cometen; a veces porque se les pasa la mano, como a Díaz. A veces porque la percepción popular contradice los resultados oficiales. ¿Cuál es el caso actual de Irán? De hecho, ¿hubo fraude en Irán hace diez días?

El viernes 12 de junio, según fuentes oficiales, acudieron a las urnas unos 38 millones de electores. Según esas mismas fuentes, el actual presidente Mahmmoud Ahmedinejab obtuvo un 62.63% de los votos; mientras que su principal rival y antiguo Primer Ministro, Mir-Hossein Mousavi obtuvo un 33.75%. Muchos observadores habían tomado nota de un creciente movimiento popular (especialmente entre jóvenes y mujeres) a favor de Mousavi, razón por la cual se esperaba, cuando menos, una elección más reñida. La proporción de dos a uno a favor del actual presidente Ahmedinejab le resultó increíble a mucha gente, tanto dentro como fuera de Irán. Mousavi exigió una nueva elección, los seguidores de ambos contrincantes salieron a las calles a proclamar la victoria, y lo que ha seguido es un ambiente sumamente agitado que ya ha cobrado víctimas mortales, cortesía de los paramilitares adictos al actual régimen.

Aclaro: Ahmedinejab me cae como patada en el estómago: es un chivo en cristalería que simula su autoritarismo con una gran sonrisa. Pero quizá sí ganó a la buena. En un artículo aparecido el lunes en el New York Times, Patrick Doherty de la ONG New America Foundation, confirma que los resultados oficiales se ajustan a los obtenidos por ellos mediante una encuesta celebrada hace un mes, una de las pocas mediciones que pueden considerarse confiables entre las tomadas este año en Irán. Pero de nuevo, no hay manera de probar una cosa o la otra.

El caso es que el sistema electoral iraní tiene todos los elementos para que cualquiera se sienta agraviado por un fraude. Y los resultados que se perciben como inesperados han desatado una agitación como no se había visto en treinta años. Qué pase luego puede tener consecuencias imprevisibles.

Consejo no pedido para evitar que a la mera hora se le caiga el sistema: Vea "Persépolis" (2007), agudo vistazo a lo que es ser mujer en la República Islámica de Irán. Provecho.

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 441858

elsiglo.mx