No soy politóloga, sólo una amita de casa que resiente en su dignidad ciudadana la indigencia moral de esa partida de mulas locas que tenemos aplastadotas en las Cámaras. Y no, no me siento ni lejanamente representada por ellos. Tengo en cambio la certeza de haber sido consistentemente traicionada y vendida por aquellos a quienes he apoyado con mi voto para llegar al poder desde donde actúan a favor de sus muy personales mezquindades. Podría mencionar aquí casos tan vergonzosos como el affaire Gamboa-Nacif, la chamaqueada del "Moco Verde", las curules vacías porque los diputados cobran escandalosa y puntualmente, pero son incapaces de trabajar con un mínimo de eficiencia o al menos con puntualidad. Podría hacer mofa de quienes votaron contra los fumadores con un cigarrillo encendido en la mano, o mencionar los nombres de diputados y senadores que realizan suntuosos viajes de luna de miel por cuenta del contribuyente.
Podría, pero callaré porque creo innecesario abundar en un tema del que los ciudadanos estamos asqueados. Estoy convencida de la justeza del movimiento abstencionista que están promoviendo grupos ciudadanos con mensajes como "Tache a todos" "Pinta tu caracolito" o "Vota por Papanatas" Es la estrategia lo que me parece contraproducente. Si no voy a las urnas o anulo mi voto, valdré nada porque cero más cero es igual a cero. Sólo la suma de los que sí votemos será la que decida. El negocio de los partidos es llegar al poder, con uno o con un millón de votos. Con ésos gobernarán a quienes votamos y también a quienes anulen su voto. Los mexicanos tenemos ya de por sí bien pocos derechos, abdicar ahora al voto, sería un suicidio político imperdonable. Recordemos aquellos años en que no votábamos por creer que el voto no servía para nada, y con nuestra ausencia de las urnas mantuvimos al PRI setenta años en el poder.
En mi opinión, anular el voto es la peor elección porque no conduce a una protesta creíble, pero atenta contra la esencia misma de la democracia, que es la participación activa -y no pasiva- de la ciudadanía. La integración de la próxima Cámara de Diputados la vamos a decidir quienes acudamos a las urnas, y después de pensarlo muy bien, marquemos claramente nuestra preferencia, aunque sólo sea por quien nos parezca el menos peor. Y permítanme insistir: el ganador y los perdedores de la próxima elección se determinarán por el número de ciudadanos que votaremos y no por de aquellos que se abstendrán o anularán su voto. Basta recordar aquel seis de julio en el que nos propusimos ir a votar y con una gran patada electoral sacamos al PRI de Los Pinos: ¡aja perro! a la calle con todo y chivas. ¡Aah! porque eso sí, se llevaron las computadoras, los lápices y hasta los clips: "son objetos personales", dijeron con la desvergüenza que los caracteriza.
Así son ellos, pero anular el voto no los hará mejores. Creo que para empezar a sanear el enrarecido ambiente político tendríamos que limitar nuestro voto a los tres partidos mayoritarios porque: "el que entre mucho escoge, caca coge". Lo que necesitamos es amarrarle las manos a los diputados, bajarles los sueldos y los humos, limitarles el poder (no tienen por qué disfrutar de ningún privilegio por encima del resto de los ciudadanos) exigirles rendición de cuentas y "Juicio de Residencia" como el que se hacía a los virreyes (al terminar un mandato, nadie podía moverse hasta demostrar la legitimidad de hasta el último centavo gastado) y lo más urgente; tenemos que conseguir que cualquier funcionario público que se haga acreedor de alguna averiguación previa o imputación de delito, se retire del cargo hasta aclarar satisfactoriamente su situación ante la ciudadanía. Para conseguir algo de eso, ¡vamos a votar no hay que ser!
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