Cuando parecía que las cosas no se podían complicar más para Honduras, el ínclito Manuel Zelaya, presidente depuesto y (según todo-mundo) legítimo de ese país, se apareció en la capital, Tegucigalpa. Refugiado en la embajada de Brasil, instó al diálogo al Gobierno de facto (que según la Suprema Corte de allá es el bueno).
Luego de haberse paseado por medio mundo, recibiendo adhesiones y apoyos a veces exagerados, y dando de qué hablar por los extraños sombreros que al parecer le encantan, Zelaya decidió regresar a su país. Le hizo al Houdini, dado que nadie sabe cómo pudo cruzar la frontera, llegar a Tegucigalpa y alcanzar la sede diplomática brasileña. Los mismos brasileños se sorprendieron al toparse de manos a boca con tan incómodo huésped.
El Gobierno de Ricardo Micheletti a su vez se metió en un berenjenal, reaccionando de bote-pronto. Le ha exigido a Brasil que entregue a Zelaya, dado que éste está promoviendo la violencia y el ataque a las instituciones desde un recinto diplomático, violando las leyes de neutralidad internacionales. Quizá si se lo hubieran pensado un poco más, habrían dejado resquicios de negociación. Pero el sorpresivo regreso de Zelaya parece haber sacado a todo mundo de quicio.
¿Y ahora? Buena pregunta. Zelaya ha insistido en que no hay otra opción más que su retorno al poder... sin renegar de su empeño en convocar a un referéndum para ver si el amado y sabio pueblo le permite reelegirse. Ése fue el origen de todo el problema, y Zelaya se empeña en seguir adelante, bien cilindreado como está por Hugo Chávez, su patrocinador.
Por su parte, el Gobierno de Ricardo Micheletti afirma que Zelaya es un prófugo de la justicia, requerido por violar la Constitución. Y ahora, también lo acusa de sedicioso, amotinado y vaya uno a saber qué más cargos. Al parecer, cualquier posibilidad de diálogo, ya no digamos acuerdo, está empantanado. El presidente Arias de Costa Rica, que había tratado de servir como mediador, sencillamente ya tiró la toalla. Además, el tiempo se le acaba a Honduras. En noviembre debería haber elecciones presidenciales. De hecho, algunos candidatos ya habían iniciado campañas. Pero en ese clima, olvídenlo. Además de que la ONU declaró que el ganador de los comicios convocados por el actual Gobierno serían espurios. No se entiende bien a bien por qué, si se llevan a cabo en calma, son libres y hay libertad de expresión y asociación. Otro que se arrinconó solito.
El caso es que la crisis hondureña se ahonda. Y eso ya ni siquiera nos ayuda, dado que los catrachos fueron vencidos en el Azteca.