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El sagaz y el ingenuo

JACINTO FAYA VIESCA

Hoy quiero hablarte de uno de los temas más importantes en la vida de todas las personas - le dijo el Sagaz a su amigo el Ingenuo -. Se trata de la "conversación", uno de los supremos deleites del ser humano, y del instrumento más eficaz para acceder a la sabiduría. Recuerda, amigo, que los Diálogos de Platón, excelsa cumbre del espíritu humano, recogen las conversaciones del más sabio de los hombres, Sócrates, con personas de todas las edades y condiciones sociales.

No puedo resistirme a decirte literalmente lo que Baltasar Gracián escribió sobre este tema, en su obra el "Criticón", considerada por Schopenhauer, el libro más sabio jamás escrito.

Pues bien, amigo, - dijo el Sagaz -, pon mucha atención a lo siguiente, escrito por Gracián:

"Recrease el oído con la más suave música, los ojos con las cosas hermosas, el olfato con las flores, el gusto con el banquete; pero el entendimiento con la erudita y discreta conversación entre tres o cuatro amigos entendidos

Ahora soy consciente - afirmó el Ingenuo -, que la educación es el arte supremo para la formación de la inteligencia y del espíritu. Y soy consciente también, que la educación a través del lenguaje oral de los maestros, ha sido a través de la evolución humana la forma más excelsa como pudimos desarrollarnos. Sé, que el lenguaje escrito no alcanza más de seis mil años de antigüedad, y en cambio el lenguaje hablado se pierde en el tiempo.

¡Así es - le dijo el Sagaz! Estoy muy contento que sepas apreciar en toda su magnitud el poderosísimo efecto del lenguaje hablado y de la conversación útil y provechosa, para el bienestar del alma. Y además - siguió hablando el Sagaz -, el lenguaje oral como el invento más importante en toda la evolución del hombre, cuenta con la ventaja del tono, de la emociones con que se tiñen las palabras, y toda la maravillosa variedad de palabras y énfasis que utilicemos para hacer más deleitable y útil nuestra conversación.

¡Qué manera tan triste de desperdiciar a tantos conocidos nuestros y a extraños, que con un poco de interés podríamos incitarlos a que nos revelaran experiencias de sus vidas, muchísimo más ricas que las minas del Rey Salomón - dijo el Ingenuo!

En efecto - le respondió el Sagaz -. Pero los humanos padecemos de una deficiencia inmensamente desventajosa: nos creemos más inteligentes y sabios que la inmensa mayoría; y se nos escapan conversaciones que en mucho nos hubieran convertido en seres más sensatos, pero nos negamos a ello, pues cómo podríamos aprender de lo que llamamos despectivamente, "personas comunes y corrientes".

Quiero revelarte una importante idea que los hombres siempre descuidamos sin darnos cuenta de lo mucho que perdemos - dijo el Sagaz -. Observa a la aves macho, la manera como despliegan sus alas y enseñan sus vistosos colores a las hembras que desean conquistar. El mismo Sol no desaparece de repente, sino que poco a poco se va retirando después de haber alumbrado todo el día. Y un buen número de minutos antes de desaparecer de nuestra vista, nos pinta celajes de exuberante belleza.

En cambio nosotros - siguió hablando el Sagaz -, por un grave y lamentable descuido no sabemos darle el artificio a nuestras obras y palabras. El "artificio" no entendido como engaño, sino como el arte de embellecer y hacer lucir las cosas, debería ser siempre una tarea constante nuestra. Palabras elocuentes y sabias que se pronuncian no parecen tales, pues las mezclamos con palabras vulgares o con el descuido al hablar. Una carta importante para nosotros que deseamos enviar, le matamos su valor al escribirla de manera negligente y en un papel corriente. Un informe que tenemos que rendir a nuestros jefes, lo hacemos sin orden ni limpieza. A una entrevista importante nos presentamos vestidos descuidadamente.

¡Enorme error - dijo el Sagaz! ¡Cuando vamos a entender que la forma, la presentación de las cosas, debemos revestirlas de belleza, de arte. El arte como esplendor en el orden y expresión de la belleza, es una de las más prodigiosas creaciones del hombre. De hecho, todos en alguna forma somos artistas, pero cuando somos descuidados, la belleza y el arte escapan de nuestra conciencia. ¡Qué no sabemos que entre los pueblos más antiguos de la Tierra, hombres y mujeres adornaban su cabello, su cara y vestimenta!

¡Absolutamente cierto - respondió el Ingenuo! ¡Ciertos cuadros de verdadero arte han quedado en el olvido a causa de un lienzo corriente y de un marco mal hecho! ¡Cuántos discursos sublimes ya nadie los recuerda, pues el orador habló de prisa, sin deseos, y en la peor forma! ¡Qué nos quede muy claro, enfatizó Critilo: nuestra habilidad para embellecer las cosas, para presentarlas con artificio, es un enorme capital en potencia, que depende de nosotros el saber explotarlo! Nuestros ojos, el más noble de nuestros sentidos, jamás se sacian de contemplar la belleza. Y nuestro oído sucumbe ante las palabras adecuadas y bellas, tal y como si escuchara los más armoniosos acordes, el sonido del agua, o el canto de un ruiseñor.

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