Juan Jaime López Camacho, alias Jaime López, es un músico mexicano nacido en Matamoros, Tamaulipas, bajo el guitarreo constante de las dos trombas que azotaban aquellas tierras en el legendario enero del 54.
Autor de canciones como Chilanga Banda y A la Orilla de la Carretera, López ha sido conocido a través de otras voces, entre ellas Eugenia León, Rubén Albarrán (el vocalista de Café Tacvba) León Gieco y Óscar Chávez, con quien compartirá en unos días el escenario del Auditorio Nacional.
Jaime López tiene mucho más que contar sobre sus andanzas musicales que ser el poseedor de la autoría del chilango himno.
Además tiene varios discos en solitario: Desenchufado, Sesiones con Emilia, Oficio sin Beneficio, Jaime López en Nueva York, Odio Fonky, y ¿Qué onda ése? Ha recorrido el país entero en incontables giras durante los últimos veinte años... todo esto es una hazaña en un país en el que la canción inteligente y bien escrita pierde por goliza frente a un público que prefiere las rancias frituras acústicas que nos ofrecen la radio y la televisión.
Hablemos de Nordaka, uno de sus discos más emblemáticos.
El compacto está integrado por once canciones, y salvo el Espantapájaros (por obvias razones), ninguna es paja. Desde las primeras Por Cigarros a Hong Kong y Ay, Mesa de Otay, cantadas a dúo con ese profeta de la polka norteña que es Don Eulalio González "Piporro", hasta El Cabús y Angelita, el Nordaka es la prueba redonda de que las buenas producciones no requieren ni de sesiones en Europa, ni de inyecciones millonarias, ni de ingenieros con nombres impronunciables para hacer los adobes macizos y parejos.
Desde la instrumentación, López pinta su propuesta bien lejos de lo común: acordeón, guitarras acústicas, bajos por quintas y voces distorsionadas son las características principales del sonido Nordaka.
El resultado, contra lo que pudiera parecer, no suena exótico; es una arrachera término medio entre Richie Valens y Ramón Ayala.
La lírica también tiene sus atinados vuelacercas: desde el poético pon tus armas bajo tierra, cántame como en la cuna, que esta noche es una hamaca la querida vieja luna o el edípico los golpes de la vida, un día le cambiaron su pueblo de alacrán de la sierra nayarita, hasta el daguerrotipo verbal del eterno mojado registrado en el Cacha bato, checa a ése loco allí, cómo se agabacha en la vil street, ha perdido su país como quien perdió el veliz, las letras de López en Nordaka no son sino los meros aerolitos que, arrojados desde quién sabe dónde, vienen rebotar en la polvorienta tierra de la Zona del Silencio.
De esta correspondencia entre sonido, discurso y biografía, se desprende una total congruencia que no puede sino derivar en un disco honesto, disfrutable y perdurable.
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