Durante la noche del catorce de noviembre de 1942, en la Colonia Roma de la Ciudad de México, muere el ciudadano alemán Enrich María Pistauer como consecuencia de un breve tiroteo registrado en un lujoso edificio en donde se celebra una fiesta de intelectuales. Además, dos mexicanos resultan heridos: uno de ellos muere tiempo después, otro carga con las secuelas físicas y psicológicas por el resto de su vida. El caso, deformado por la prensa y por las instituciones encargadas de la procuración de justicia, jamás llega a resolverse satisfactoriamente. Décadas más tarde, el historiador Martín del Solar intenta reconstruir los hechos...
Armada con recursos propios de la novela policial, El desfile del amor, de Sergio Pitol, parte de un hecho violento y el crimen cometido el catorce de noviembre de 1942 y que desencadena una pesquisa. La Policía cierra el caso, y el expediente permanece acumulando polvo casi treinta años, hasta que alguien decide retomarlo. Pero en esta ocasión las investigaciones no son realizadas por la Policía, sino por Miguel del Solar, un historiador que vuelve a México después de vivir muchos años en el extranjero. El móvil que empuja a Del Solar a indagar lo sucedido aquella noche es personal: él vivía, cuando niño, en el edificio en el que ocurrió el asesinato.
Es enero de 1973 y la muerte de Enrich Maria Pistauer ha quedado por completo en la oscuridad, en el enigma. Del Solar recuerda apenas algunas atmósferas, vagos ambientes, casi nada. Decide entonces entrevistar a los testigos y se pone en contacto con los asistentes a aquella fiesta que terminó en tragedia. Como en un desfile, el lector asiste a una sucesión de voces que construyen distintas versiones de los hechos. Relatos contrastantes no sólo en su apreciación de lo ocurrido, también en el tono y en el ritmo con que desgranan las acciones. Cada uno de los capítulos corresponde al relato que uno de los personajes hace de los hechos de 1942: así, van pasando ante los lectores la tía Eduviges Briones, la escritora Ida Werfel, el librero-escritor Pedro Balmorán, la corredora de arte Delfina Uribe, el pintor Julio Escobedo.
Son muchos los elementos que a lo largo de la novela Sergio Pitol siembra para apuntalar el carácter de novela-enigma en este libro. Pero desde un inicio se preocupa por dejar en claro que tanto el crimen como la investigación ocurren en México, lo que será determinante hacia el final de la novela. Así en las primeras páginas puede leerse: "Un perfume amargo, el del misterio, emanaba de esas escuetas fichas biográficas. De alguna manera recreaban la atmósfera de ciertas películas, de ciertas novelas, que uno estaba acostumbrado a situar en Estambul, en Lisboa, en Atenas o en Shangai, pero jamás en México" (p. 12)
Quien lee este libro cree que está frente a una novela-enigma que juega de la misma forma como las que escribieron Poe y Conan Doyle: no importa que tan caótica parezca la situación, tarde o temprano todas las piezas van a encajar. Pero eso no ocurre de la forma que esperamos. El enigma que sirve de motor a la historia se mantiene intacto y de este modo, no decae la tensión que ha sostenido la lectura. La diferencia es que a partir de ahora el lector puede armar sus propias hipótesis respecto a lo sucedido en el edificio Minerva aquella noche. No es importante si lo hace o no: lo realmente importante es que su visión ha sido transformada. Las anécdotas son sólo el vehículo con que se ha transmitido esta nueva perspectiva del todo.
Alejándose de la ortodoxia del policiaco, el artista puede aspirar a la verosimilitud, aunque ésta signifique renunciar a la verdad última para obtener, cuando mucho, una coloración distinta de la realidad matizada siempre por la incertidumbre y la sospecha. El así ocurrió se convierte en un así pudo ocurrir.
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