He releído en estos días Travesuras de la Niña mMla, de Mario Vargas Llosa, y me doy cuenta de que con los años, el autor de La Casa Verde ha ido simplificando su prosa, sus estructuras. Como siempre, parece enamorado de las ganas de contar una historia que le impida al lector cerrar el libro. Pero ahora ha refinado su arte con un barniz distinto: hacer que una novela parezca fácil de escribir.
En 375 páginas, con ritmo in crescendo, Vargas Llosa narra la vida de Ricardo Somocurcio, un peruano que en la adolescencia se enamora de Lily, una chilenita que se muda a su barrio. Ricardo y Lily van a tomar helados, a la playa, hacen pareja de baile en todas las fiestas. Él se le declara y ella lo rechaza una, dos, tres veces. Por circunstancias de la vida, Ricardo no puede declararse por cuarta ocasión: Lily desaparece del barrio misteriosamente.
Años después Ricardo y la muchacha se reencuentran en París, donde él reside. Ella está de paso, pero ya no se hace llamar Lily, sino Arlette. La camarada Arlette. Son los años sesenta: la Revolución en Cuba cimbra a muchos jóvenes y Ricardo y Arlette no son la excepción. Ricardo intenta recuperar el tiempo perdido y le pide a Arlette que se case con él. Ella parece contenta con los planes de boda, pero desaparece tan misteriosamente como la primera vez.
A lo largo de las páginas del libro, Ricardo y esa chilenita se reencuentran, se pierden la pista, tratan de dominarse el uno al otro, se quieren y se odian. Esta relación sirve de plataforma a Vargas Llosa para retratar la segunda mitad del siglo XX: La revolución cubana, la aparición de los hippies, la era psicodélica, la popularización de las drogas, la aparición del sida, la desaparición de la URSS, la creciente intolerancia contra los inmigrantes por los países europeos.
Hace falta un profundo conocimiento de la psicología femenina para trazar personajes como la niña mala. Y por supuesto también es necesario haber vivido en carne propia la historia de Europa, de Asia y de América Latina. Dicho de otra forma: esta novela escrita con datos de wikipedia sería un desastre.
Ricardo se gana la vida como traductor, profesión en la que se acumulan muchas millas como viajero frecuente. Así, Vargas Llosa construye un contexto en donde los personajes pueden entrar y salir con naturalidad de los capítulos. De repente, como sucede en la vida, un extraño nos aborda en la calle, en una fila o a la salida del cine, y resulta ser un amigo de la infancia. Eliminadas las barreras del idioma conviven en esta historia peruanos, franceses, japoneses, belgas, rusos, españoles, ingleses y cubanos.
Pudiera parecer que Travesuras de la Niña Mala cuenta una historia predecible, repetitiva. No es así. Tampoco se trata de una colección de postales, ni de un libro de viajes. Hacia la mitad de la novela, justo cuando el lector cree dominada la dinámica del libro, se desatan las páginas más entrañables, más humanas. Y de allí al final uno no puede sino seguir leyendo.