Arrancando notas al violín como si se tratara de su propia voz, Hilary Hahn hace una demostración de fuerza, precisión y luminosidad al ejecutar conciertos de Nicolò Paganini y de Louis Spohr.
Con el carácter musical de las obras como el norte de la brújula, esta joven protagoniza una grabación donde explora el potencial expresivo del instrumento que la acompaña desde los cuatro años.
Las obras seleccionadas para la décima grabación de la niña Hahn -como es conocida en el ambiente musical- son el Concierto para Violín No. 1 de Paganini y el Concierto para Violín No. 8 de Spohr, compositor alemán de quien es difícil encontrar material grabado.
Aclaro de una vez por todas que no pretendo hablar desde el balcón alfombrado del crítico, sino desde la gayola donde los aficionados compartimos con entusiasmo los tesoros hallados en las salas de concierto y en las tiendas de discos.
Lanzado bajo el sello Deutsche Grammophon, con la participación de la Orquesta Sinfónica de la Radio de Suecia bajo la dirección de Eiji Owe, este álbum planta a los escuchas frente a una ejecutante madura que exhibe una profunda seguridad en sus capacidades interpretativas.
Más que alardes de virtuosismo, encontramos aquí una sentida celebración que estrecha los lazos entre las cuerdas y el bel canto; las melodías funcionan como disparadores de emociones.
Nacida en 1979 en Lexington, Virginia, Hilary Hahn demuestra por qué en 2001 fue reconocida por la revista Time como la mejor ejecutante joven de música clásica en América.
Se dice que Nicolò Paganini era virtuoso a tal grado que muchos veían poderes sobrenaturales en sus ejecuciones. Ya que hablamos de voces no sería exagerado decir que la niña Hahn y su violín emprenden un canto para el compositor.
Sobre el concierto incluido en esta grabación es importante aclarar que, a pesar de que es conocido como el primero, fue en realidad el segundo en el orden de composición, y que fue publicado hasta once años después de la muerte del maestro.
Conforme se acercan los últimos momentos del disco, resalta el allegro final, de particular belleza.
El violín desarrolla líneas melódicas que poco a poco acumulan tensión y hacen evidente por qué en música los temas sencillos son los que ofrecen más posibilidades de tratamiento.
Como es propio al final de una excelente ejecución, se impone un ramo de flores para la niña Hahn, que con sus manos ha hecho cantar a Spohr y a Paganini.